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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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CIENCIA FICCIÓN<br />

—Hace dos semanas que estoy enfermo.<br />

—¿Ha tomado medicinas?<br />

—Para <strong>la</strong> fiebre no <strong>la</strong>s necesito. Me basta <strong>la</strong> sopa de coles que<br />

prepara Nastacia y el té amargo. Dentro de poco estaré recuperado<br />

y volveré a <strong>la</strong> Universidad. ¿Por qué me han traído hasta<br />

aquí?, a nadie lo interrogan por faltar a c<strong>la</strong>ses.<br />

—Esto no es un interrogatorio —dijo Petróvich—, esos son<br />

métodos arcaicos, digamos que <strong>la</strong>s acciones de interrogar, descubrir<br />

o investigar, han pasado de moda. ¿Ha oído usted hab<strong>la</strong>r de<br />

<strong>la</strong> psicología conductista?<br />

—No, nunca. Me está haciendo perder el tiempo, no tengo<br />

motivos para estar aquí. Ustedes deberían encargarse de tareas<br />

útiles, atrapar a <strong>la</strong>drones y criminales.<br />

—Eso hacemos, eso hacemos —el inspector se recostó al espaldar<br />

de <strong>la</strong> sil<strong>la</strong>, se acarició suavemente <strong>la</strong>s cejas con <strong>la</strong> punta de los<br />

dedos y luego cruzó <strong>la</strong>s manos sobre el pecho. Raskólnikov, sin<br />

dudas, comenzaba a perder <strong>la</strong> paciencia.<br />

—La señora Nastacia es muy buena con usted —dijo<br />

Petróvich—, ve<strong>la</strong> por su salud como si fuera su madre…<br />

—¡¿Qué importa eso ahora?! —gritó Raskólnikov— Exijo que<br />

explique por qué me tiene encadenado a esta sil<strong>la</strong> de mierda.<br />

—No se altere joven. En <strong>la</strong> psicología conductista hay dos<br />

cosas fundamentales: los motivos y <strong>la</strong>s reacciones. Usted coincide<br />

plenamente con el patrón de pruebas para <strong>la</strong>s monomanías de<br />

tipo A, o sea, <strong>la</strong>s más comunes. Está hundido en <strong>la</strong> miseria, no<br />

posee nada a su favor, debe dos meses de alquiler, solo se alimenta<br />

con lo que le prepara <strong>la</strong> buena de Nastacia y para colmo, le ha<br />

vendido sus libros de leyes al estudiante Razumijin, para pagar<br />

sus deudas de juego. Usted está, sencil<strong>la</strong>mente, acabado.<br />

—Eso no es cierto —respondió Raskólnikov—, dentro de<br />

poco recibiré veinte rublos, voy a empeñar el reloj p<strong>la</strong>teado de mi<br />

padre. Pagaré el alquiler, recuperaré los libros y volveré a <strong>la</strong>s c<strong>la</strong>-<br />

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