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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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LITERATURA POLICIAL<br />

Soligial llora por no ser como debía ser. Llora por no haber<br />

sido nunca como siempre quiso. Por su ma<strong>la</strong> estrel<strong>la</strong>. Llora<br />

con rabia. Por haber sentido rabia. Por haber sido siempre<br />

un animal. Porque de un animal femenino de trabajar y fornicar,<br />

había degenerado en un animal doméstico, aguantón y resignado.<br />

¡Margarita!<br />

Por ser vieja y viuda, llora: <strong>la</strong> vieja más viuda y <strong>la</strong> viuda más<br />

vieja. Por haberle tenido miedo a <strong>la</strong> muerte, cuando en realidad<br />

debió temer a <strong>la</strong> soledad, al desamor y a <strong>la</strong> vejez.<br />

¡Laura!<br />

Soligial llora por el día siguiente y por el anterior y por este.<br />

Su l<strong>la</strong>nto no es desgarrador ni estrepitoso. Apenas tiene lágrimas.<br />

Es una mueca de sufrimiento y una apretazón en el pecho, unas<br />

ganas de no vivir atravesadas en <strong>la</strong> garganta.<br />

¡Mongo!<br />

Más parecen maullidos que sollozos. Llora para sí, en suspiros<br />

entrecortados por los mocos. Llora por culpa del Bisa, que repite<br />

el l<strong>la</strong>mado a Laura, a Margarita y a Mongo y que saquen ese buey<br />

de <strong>la</strong> punta de yuca, pero Mongo no puede contestarle porque<br />

hace años se hundió en el estrecho de <strong>la</strong> Florida, y Margarita y<br />

Laura tampoco, porque están allá internas en un sanatorio desde<br />

que lo vieron hundirse. Solo queda el<strong>la</strong>, con ojeras de muchos<br />

días; el<strong>la</strong>, que enciende <strong>la</strong> luz y mira el reloj: ya en el ateje está al<br />

cantar el gallo de <strong>la</strong>s cinco.<br />

Se asoma por tercera vez al cuarto de donde viene <strong>la</strong> voz, y<br />

debe recibir<strong>la</strong> el vaho pestilente de los amaneceres —<strong>la</strong> mierda de<br />

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