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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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CIENCIA FICCIÓN<br />

samente. —Caramba, se me quedó <strong>la</strong> taza en <strong>la</strong> cocina.<br />

Fernando se giró hacia él sin dejar de caminar. —Por tu madre,<br />

Sergio, al ascensor.<br />

Sergio sacudió <strong>la</strong> cabeza. —Ná, ni loco. Si yo dejo esa taza ahí,<br />

más nunca <strong>la</strong> vuelvo a ver, por hache o por be. Vayan de<strong>la</strong>nte, que<br />

después yo bajo solo.<br />

—Ni se te ocurra —Samuel se dio vuelta en el umbral del<br />

ascensor—. Bajamos todos juntos.<br />

Mientras, el guardia de seguridad había entrado al ascensor y<br />

se colocaba ante el panel de mando. Sergio vio <strong>la</strong> desesperación<br />

enjau<strong>la</strong>da en sus ojos. —Bajen, bajen —insistió—. Total, qué<br />

puede pasar.<br />

—No estoy para esto, te lo juro —protestó Julio, apenas visible<br />

desde una esquina del ascensor—. Hay gente ahí abajo con<br />

armas <strong>la</strong>rgas, Sergio.<br />

—Igual que <strong>la</strong> guarnición, señores —dijo Sergio—. Y hay<br />

muchas barreras, ¿no es verdad, Pedro?<br />

—Haz lo que te dé <strong>la</strong> gana —respondió Pedro, que ya estaba<br />

con el resto dentro del aparato—. Nos<strong>otros</strong> bajamos; te vamos a<br />

dejar <strong>la</strong> puerta del bunker abierta por cinco minutos, fíjate, cinco<br />

minutos —y pasando el brazo por sobre el hombro del guardia,<br />

rozó el panel de mando.<br />

—Cualquier cosa me escondo en el baño —aseguró Sergio<br />

saludando con <strong>la</strong> mano mientras <strong>la</strong>s puertas se deslizaban; justo<br />

antes de que llegaran a cerrarse, escuchó a Julio decir algo acerca<br />

de un imbécil que no se tomaba nada en serio.<br />

Sergio rió para sus adentros y se dio vuelta para ir a <strong>la</strong> cocina.<br />

Dio tres pasos.<br />

De pronto sintió a sus espaldas un fragor como de metales<br />

muriendo, mientras un golpe instantáneo de viento ardiente y<br />

seco le quemaba <strong>la</strong> nuca. Quedó atontado por unos segundos,<br />

suspendido en un estupor, con <strong>la</strong> vista nub<strong>la</strong>da y temblores por<br />

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