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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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NARRATIVA<br />

tengo <strong>la</strong> impresión de que el paisaje crece a medida que retrocedemos<br />

y en cámara lenta, como en esa pelícu<strong>la</strong> de Tarvskosky, el<br />

humo lo cubre todo.<br />

Caminamos hasta el parque. La voz del poeta atravesaba <strong>la</strong><br />

calle, chocaba contra el muro. No paraba de decir en un continuo<br />

letargo:<br />

Los geranios crecen…<br />

Los geranios crecen…<br />

Los geranios crecen…<br />

Quise invitar<strong>la</strong> a tomar he<strong>la</strong>do o café, como hizo Raúl con<br />

Legna, pero no habían he<strong>la</strong>derías alrededor del parque, cafeterías<br />

tampoco. Las calles estaban desiertas. <strong>El</strong> sol mantenía enc<strong>la</strong>ustrada<br />

a <strong>la</strong> gente y solo dos viejos, en un banco del parque, miraban<br />

con insistencia el reloj de <strong>la</strong> catedral. Las manecil<strong>la</strong>s se habían<br />

detenido a <strong>la</strong>s siete y cuarto, ciento setenta años atrás, cuando <strong>la</strong><br />

Casa de Cultura era un colegio de monjas y <strong>la</strong>s paredes del patio<br />

arrojaban sombras sobre <strong>la</strong> imagen de un Cristo benévolo; un<br />

Cristo dibujado por los artistas plásticos de <strong>la</strong> localidad a cambio<br />

de cinco pesos y unas cuantas estampitas de <strong>la</strong> Virgen María.<br />

Después de pensarlo muchas veces le dije a <strong>la</strong> escritora que<br />

mejor que un he<strong>la</strong>do o un café, era una pizza y de haber tenido<br />

cinco pesos más, <strong>la</strong> hubiéramos comprado, pero ninguno de los<br />

dos sabía dibujar a Cristo.<br />

Los soldados pasan a gran velocidad, apenas logro ver sus<br />

rostros cansados bajo los cascos. Dejan a su paso un ruido terrible.<br />

Mientras <strong>la</strong> tristeza se empoza con hedor a muerte, el tren<br />

reanuda <strong>la</strong> marcha. Afuera dejó de llover, algunas vacas tragan <strong>la</strong><br />

hierba como si fuera un purgante, miran con sus ojos tristes, con<br />

sus ojos de vaca. La gente se acomoda sobre los asientos, sacan<br />

almohadas, sábanas y toal<strong>la</strong>s. Retomo <strong>la</strong> nove<strong>la</strong> de Cortázar,<br />

intento ade<strong>la</strong>ntar en <strong>la</strong> lectura, pero hay una chica en el asiento<br />

de enfrente que no me quita <strong>la</strong> vista de encima. Subió en <strong>la</strong> última<br />

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