El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada
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NARRATIVA<br />
Lhasa, y se exaltaba más en una estrofa que en <strong>la</strong>s otras: Y es el<br />
hombre al fin como sangría/ que a veces da salud y a veces mata.<br />
Jorge Ángel sentía que Ramón le daba <strong>la</strong>s dos cosas, salud y<br />
muerte; muerte y salud, pero no dejó que lo notara. Esa noche no<br />
hizo chistes, no lo provocó, no al menos como otras veces.<br />
Ramón estaba esperando los embates, los juegos, los coqueteos,<br />
<strong>la</strong>s propuestas y promesas. Ramón miraba su regalo, miraba al<br />
dadivoso, y el otro fue tierno, muy cortés, casi silencioso; apoyaba<br />
o rebatía discretísimo, elegante, haciendo ver que era inteligente.<br />
Era solícito, y Ramón aceptó quitarse <strong>la</strong> camisa, había mucho<br />
calor, el whisky era muy fuerte. Jorge Ángel miró su pecho. Le<br />
habría gustado verlo intacto, como lo miró en sus carreras con <strong>la</strong><br />
pértiga y luego en el salto, en <strong>la</strong> caída. Ya no era igual. Jorge<br />
Ángel no vio anunciarse los pectorales definidos, él esperaba un<br />
pecho helénico, el mismo que antes disfrutara con miradas, el<br />
mismo que antes añoró tocar, pero no fue lo que encontró, ni<br />
siquiera le pareció cercano al torso del Belvedere; <strong>la</strong> estatua<br />
muti<strong>la</strong>da mantuvo el pecho fuerte y definido, el de Ramón no era<br />
ya elegante y musculoso, era esmirriado, casi enteco, y pálido.<br />
Jorge Ángel tuvo ganas de llorar por los recuerdos y por lo que<br />
entonces vio, tuvo ganas de besar al muti<strong>la</strong>do.<br />
Ramón esperó a que dijera algo, bien notaba sus miradas pero<br />
esperaba <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra, estaba feliz, agradecido, y olvidó todo lo que<br />
había afuera, se concentró en el trago, en <strong>la</strong> conversación,<br />
respondió a <strong>la</strong>s miradas, se tocó y levantó sus fuerzas, se miró,<br />
observó al otro cuando lo despojaba de sus pantalones recortados<br />
y sintió un escozor cuando le acarició sus cicatrices, cuando<br />
recorrió el pecho, cuando fue gozón y maternal, cuando lo<br />
escuchó decir que también era un pervertido y se prendió a <strong>la</strong><br />
pértiga, se encajó en el<strong>la</strong> como si detrás tuviera el hoyo pequeñito<br />
donde debía ajustarse antes del salto; y Ramón se empinó<br />
imaginando que saltaba después de afincar en el hoyo <strong>la</strong> garrocha,<br />
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