El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada
El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada
El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
LITERATURA POLICIAL<br />
—Los tesoros no se venden, si no dejarían de ser tesoros.<br />
Perdía su precioso tiempo. Aún le faltaban <strong>la</strong>s oraciones y <strong>la</strong><br />
iglesia cerraría en media hora. Tuvo el impulso de sacar <strong>la</strong> pisto<strong>la</strong><br />
y despacharlo, porque ya no veía a un adorable bebé, sino a un<br />
monstrico que se le reía en <strong>la</strong> cara. No, no disparaba a menores.<br />
En su historial contaban ancianos, hombres, mujeres, putas hermosas,<br />
enfermos, tullidos, maricones, jamás niños. Había perdido<br />
algunos clientes debido a aquel precepto invio<strong>la</strong>ble. Algún día, si<br />
llegaba vivo a los sesenta, se mudaría a otra ciudad, fundaría una<br />
familia y tendría a su pequeño salvaje.<br />
—Un peso y te compras veinte como ese.<br />
—Cinco, y me compro cien.<br />
<strong>El</strong> niño continuaba enseñando <strong>la</strong> sonrisa maligna. Metió <strong>la</strong><br />
mano en el bolsillo. <strong>El</strong> billete más pequeño era de diez.<br />
—Me vas a estafar, cabroncito.<br />
<strong>El</strong> niño tomó el dinero, soltó el papel y escapó corriendo.<br />
Retornó a <strong>la</strong> mesa. Lo abrió y se quedó mirando muy fijo. Nunca<br />
conocía a sus víctimas, Dios le evitaba esa prueba, y ahora de<br />
repente el nombre y el lugar le resultaban angustiosamente próximos,<br />
y hasta el rostro se le quiso construir en <strong>la</strong> memoria. No<br />
pudo terminar el refresco, estaba caliente. De no ser un día <strong>la</strong>borable<br />
hubiera preferido pedir aguardiente, salchichas chinas. No<br />
bebía antes de hacer un trabajo y de <strong>la</strong>s salchichas solo quedaba<br />
el recuerdo. Enfrentaba a <strong>la</strong> víctima cojonudo, contrario a <strong>otros</strong><br />
matones que se emborrachaban para darse valor y no recordar ni<br />
arrepentirse. No necesitaba el alcohol ni <strong>la</strong> droga, su deuda espiritual<br />
quedaba saldada, y al día siguiente, hombre nuevo.<br />
Guardó el escrito. Ma<strong>la</strong> suerte, dijo. Era una prueba, estaba<br />
seguro. Él se debía a su profesión, a su destino. La única sangre<br />
no derramada sería <strong>la</strong> de los ángeles–niños, aunque fueran pequeños<br />
bandidos como el reciente. Los demás quedaban condenados.<br />
Pidió otra co<strong>la</strong>. Bebió varios sorbos. Exigió <strong>la</strong> cuenta. Se paró<br />
170