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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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CIENCIA FICCIÓN<br />

Primero fue el dolor de mue<strong>la</strong>s. Y luego. Y luego también. <strong>El</strong><br />

dolor de mue<strong>la</strong>s persiste en todo momento y carece de posición<br />

de alivio. Los calmantes casi nunca funcionan y siempre<br />

<strong>la</strong> cura es mucho más dolorosa. No existe sentencia ni castigo<br />

en el mundo que supere a un dolor de mue<strong>la</strong>s.<br />

Después vinieron los aseres y me golpearon. Unos tipos de casi<br />

dos metros de alto con caras de cinta negra en varias artes marciales.<br />

Eran tipos de <strong>la</strong> calle, sin estilo, con ropas de colores chillones.<br />

De los que suelen contratar los maridos celosos para dar<br />

una golpiza, o <strong>la</strong>s putas de esquina para sentirse importantes con<br />

un guardaespaldas.<br />

Me golpearon con los puños, con el canto de <strong>la</strong> mano, con los<br />

pies y el mango de <strong>la</strong>s pisto<strong>la</strong>s. <strong>El</strong> dolor de mue<strong>la</strong>s era peor.<br />

Cuando creyeron que habían acabado conmigo, me arrastraron<br />

afuera. Rodé tres pisos de escalera hasta llegar a <strong>la</strong> calle. Tres<br />

pisos de escalera maloliente y estropeada.<br />

Hago notar que nadie en el so<strong>la</strong>r intervino o acudió en mi<br />

ayuda. Como nadie ayudó al jefe de <strong>la</strong> FULHA y al Machuca, mi<br />

socio en aquellos <strong>la</strong>rgos entrenamientos de <strong>la</strong> Siberia, cuando los<br />

acuchil<strong>la</strong>ron en <strong>la</strong> azotea del Focsa. Esta gente no cree en nadie.<br />

Ah, los barrios decentes… Eso dijo el que me alquiló el cuarto.<br />

Nadie se mete donde no lo l<strong>la</strong>man. Un lugar sin héroes. Sin demonios.<br />

Típico de Centro Habana. <strong>El</strong> sitio ideal para esconderse de<br />

<strong>El</strong>los. Cuanto necesitaba era dejar pasar el tiempo hasta que se<br />

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