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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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LITERATURA POLICIAL<br />

patada en el piso y el animal te enseña los dientes. Pero un olor a<br />

comida llega del cuarto del medio y <strong>la</strong> rata sale corriendo. Frijoles<br />

negros y arroz, dices, olfateando. Hoy tienen todo un banquete<br />

los b<strong>la</strong>nquitos.<br />

Entre <strong>la</strong>s sombras, te escondes de los curiosos. ¿Curiosos?<br />

Todos te miran con indiferencia, los que están haciendo co<strong>la</strong> para<br />

bañarse. Atraviesas el patio, saltando los charcos de sustancias<br />

innombrables y llegas al último cuarto. Sabes que Julio está ahí,<br />

el mariconcito de carroza más conocido de La Habana. <strong>El</strong> que te<br />

armó un show hace ya varias semanas en medio del camello, No<br />

te hagas, bugarrón, no te hagas. Tú eres mi macho, lo sabes. Y<br />

eso, asere, no se le hace a un hombre. Desde tu muscu<strong>la</strong>tura de<br />

mu<strong>la</strong>to estibador de los muelles, acostumbrado al alcohol, <strong>la</strong><br />

mariguana y <strong>la</strong>s jevas, sentiste una punzada en <strong>la</strong> cabeza y te<br />

bajaste del camello, rojo, furioso. Ya verás, maricón, ya verás. Y<br />

esperaste. Tres meses. Más meloso que nunca. Como si lo hubieras<br />

olvidado todo. Pero estabas maquinando tu venganza. Y <strong>la</strong><br />

huída. Me piro y nadie podrá achacarme al muerto. Porque,<br />

asere, sí hay crímenes perfectos.<br />

La puerta está entreabierta —como siempre— esperando por<br />

los posibles clientes, cubanos, extranjeros, no importa. Un altar a<br />

Yemayá en una esquina. <strong>El</strong> olor a incienso —sí, papito, yo jineteo<br />

por <strong>la</strong>s cosas buenas, no solo por <strong>la</strong>s buenas pingas. Aquí no se<br />

sienten <strong>la</strong>s pestes. Hay baño dentro del cuarto. Y barbacoa. Y<br />

cocina con gas. Julio está acostado, con <strong>la</strong> grabadora pegada al<br />

oído, escuchando música, quizás, <strong>El</strong> bolero de Ravel. Sí, Julio me<br />

<strong>la</strong> enseñó porque yo no oigo música clásica, ni sabía nada, de<br />

verdá, el mariconcito me enseñó algunas cosas, menos leer literatura<br />

policíaca, eso siempre lo he hecho, me gusta eso de los asesinatos.<br />

Por eso, recuerdas, empezó tu amistad con Telimay, <strong>la</strong><br />

gordita rara de <strong>la</strong> secundaria, que escribía <strong>cuentos</strong> policíacos a los<br />

14 años. Tu amiga, a pesar de ser el<strong>la</strong> toda una doctora en esa<br />

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