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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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LITERATURA POLICIAL<br />

Unidad de <strong>la</strong> Policía a buscar una orden de detención a nombre<br />

de Inocente Ascuy, alias Tanganica... Ese tiene que ser el asesino<br />

—y me dejó solo en <strong>la</strong> esquina.<br />

Los muchachos no aparecieron aquel<strong>la</strong> tarde. Cuando <strong>la</strong> cosa<br />

se pone ma<strong>la</strong> en el barrio es normal que todo el mundo se pierda.<br />

Casi era de noche cuando decidí volver a mi casa. Deseaba con<br />

toda el alma un trago de aguardiente y allá todavía me quedaba<br />

un poco de <strong>la</strong> que había negociado por mis libros. Al pasar frente<br />

a <strong>la</strong> casa del maceta del barrio, o sea Chago el Buey, vi salir a un<br />

negro grandísimo vistiendo un pitusa y camiseta azul, tenía un<br />

col<strong>la</strong>r de cuentas b<strong>la</strong>ncas y rojas en el cuello y <strong>la</strong> barba arreg<strong>la</strong>da<br />

en forma de candado. Me saludó con un gesto y una sonrisa malévo<strong>la</strong>.<br />

Mi primer impulso al llegar a <strong>la</strong> casa fue deshacerme de <strong>la</strong><br />

nove<strong>la</strong>. Romper<strong>la</strong>, quemar<strong>la</strong>, desaparecer<strong>la</strong>.<br />

No podía convertirme en un asesino a través de mi literatura.<br />

Decidí darle una última lectura antes de hacerlo, cuando terminé<br />

me di cuenta que no podía. Hubiera sido otro crimen. Tenía una<br />

excelente nove<strong>la</strong> y Leonardo me había dado <strong>la</strong> solución perfecta<br />

de <strong>la</strong> trama. Traté de reconciliarme con mi conciencia pensando<br />

que lo que estaba pasando en el barrio no eran más que coincidencias<br />

de <strong>la</strong> vida y que si aquello tenía que ver con mi nove<strong>la</strong> no<br />

era por mi culpa; eran ellos quienes habían decidido asumirlo así.<br />

<strong>El</strong> conflicto interno fue una batal<strong>la</strong> difícil, pero hay momentos en<br />

<strong>la</strong> vida de los hombres en que deben tomarse determinaciones<br />

crueles. Era mi nove<strong>la</strong> y no iba a ceder por un muertecito más o<br />

menos. Y no cedí. No cedí ni cuando aquel<strong>la</strong> noche se apareció<br />

Pedro Pechoemulo a <strong>la</strong> puerta de mi casa a pedir clemencia.<br />

—¡Disles que no me maten, escritor! Anda, vete a decirles eso.<br />

Que por caridad. Disles así. Disles que lo hagan por caridad.<br />

—No puedo. Chago el Buey no quiere saber nada de ti.<br />

—Tú sí puedes, escritor. Puedes decirles que eso no es así. Haz<br />

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