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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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LITERATURA POLICIAL<br />

saludo que no tiene respuesta, como siempre.<br />

Es de uso —dice—, pero lo engrasé un poco y quedó bueno.<br />

Ya sabes —contesta el<strong>la</strong>—: hasta el fin de año.<br />

Sí. No dejes de pagármelo. ¿Dónde está el animalito?<br />

Allá afuera.<br />

Mientras Orencio sale al patio, Soligial acomoda <strong>la</strong> cafetera<br />

sobre <strong>la</strong> hornil<strong>la</strong>. Es lenta, y a veces el<strong>la</strong> comparaba aquel<strong>la</strong> <strong>la</strong>nguidez<br />

con <strong>la</strong> manera en que se desp<strong>la</strong>zan sus días, sus meses, su<br />

vida. Cuando los años le pasan a uno por arriba y lo revuelcan,<br />

te ponen que, al cruzar una calle, miras a <strong>la</strong> izquierda y, al mirar<br />

a <strong>la</strong> derecha, ya se te olvidó si viene un carro por <strong>la</strong> izquierda y<br />

tienes que volver a mirar.<br />

Desde el patio oye <strong>la</strong> voz de Orencio preguntándole azorado<br />

que qué le pasa al puerquito.<br />

Sale a ver. Y lo ve arrinconado en <strong>la</strong> corraleta, caído de los<br />

cuartos traseros, convulsionando. En el piso, restos de yucas mordisqueadas,<br />

y el saco que había olvidado poner al sol, boca abajo,<br />

picoteado por <strong>la</strong>s gallinas. Se lleva <strong>la</strong>s manos a <strong>la</strong> cabeza.<br />

¡<strong>El</strong> viejo me desgració!<br />

Es su día trascendental, lo sabe desde ayer. Y mira al vecino<br />

con una súplica en los ojos:<br />

¿Se puede hacer algo?<br />

Orencio le tira un brazo por los hombros huesudos y le palmea<br />

<strong>la</strong> espalda, como quien da un pésame.<br />

Sí —dice—. Aprovecharlo. Pon bastante agua a calentar, que<br />

voy a cambiarme de ropa para ayudarte.<br />

Y <strong>la</strong> conduce en silencio al interior de <strong>la</strong> casa. <strong>El</strong> Bisa ha desenvuelto<br />

el paquetico y golpetea <strong>la</strong> mesa con el candado, del que<br />

cuelgan dos l<strong>la</strong>ves. Soligial apenas lo mira. Va hasta el fogón,<br />

donde <strong>la</strong> cafetera aún no ha comenzado a co<strong>la</strong>r.<br />

Solo necesita que Orencio esté con el<strong>la</strong> allí hasta <strong>la</strong>s siete, más<br />

o menos.<br />

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