El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada
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NARRATIVA<br />
pearse, Ramón cayó sobre su espalda y contra el asfalto, tan<br />
rápida e inesperada <strong>la</strong> caída que no le dio tiempo a levantar <strong>la</strong><br />
cabeza, que chocó contra el suelo, que se abrió en un surco, que<br />
sangró muchísimo. Esa vez no pudo levantarse solo. Lo alzaron<br />
<strong>otros</strong>, y lo metieron en un auto, y aceptaron los veinte dó<strong>la</strong>res que<br />
ofreció tímido el turista de <strong>la</strong> cámara, y lo dejaron en el hospital,<br />
sin compañía, y entre ellos se repartieron los veinte dó<strong>la</strong>res: diez<br />
para cada uno. “Buena jornada”, dijo quien repartió, y el otro<br />
respondió con una sonrisa breve. En el hospital le quitaron <strong>la</strong><br />
camisa que estaba bañada en sangre, y también el menudo que<br />
tenía en el bolsillo y el billete con <strong>la</strong> cara de Washington, y no<br />
pudo volver esa vez apoyado en su muleta. Cuando llegó <strong>la</strong><br />
ambu<strong>la</strong>ncia a <strong>la</strong> puerta del so<strong>la</strong>r fue el Crema quien cargó el peso<br />
de Ramón. Gloria subió <strong>la</strong> muleta, <strong>la</strong>stimosa por <strong>la</strong> ma<strong>la</strong> suerte<br />
de su hijo. “Estás como <strong>la</strong> bandera de Bonifacio Byrne”, dijo el<br />
Crema y Ramón no permitió que continuara, se echó a llorar, le<br />
pidió que no hiciera chistes, le dolía <strong>la</strong> cabeza, <strong>la</strong> vida entera.<br />
Jorge Ángel se apareció con un pollo para <strong>la</strong> sopa, con fideos, con<br />
papas, Gloria le agradeció, Ramón volvió a llorar y culpó al vecino<br />
de su desgracia, le recordó <strong>la</strong>s veces que le había pedido auxilio,<br />
todo cuanto suplicó para que lo dejara entrar en algún negocio.<br />
Esa vez no hizo bromas el maricón.<br />
Ramón siente que cada vez se le hace más difícil sobrevivir,<br />
después del último accidente se volvió más receloso. Sentado en<br />
un quicio de <strong>la</strong> calle del Obispo se queda tranquilo muchas horas,<br />
hasta ahora se ha negado a poner una <strong>la</strong>ta cerca y esperar dinero.<br />
No le gustan <strong>la</strong>s limosnas. No le gusta <strong>la</strong> quietud de los mendigos.<br />
Es preferible pedir, usar <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra es ya un trabajo, por eso pide<br />
para comer y hab<strong>la</strong> de su madre enferma, y sugiere que le vendría<br />
muy bien un vaso de leche. Algunas veces consigue <strong>la</strong> compasión<br />
de algún turista que le ofrece ayuda. Aunque prefiera que le den<br />
el dinero, hay días en los que cede ante <strong>la</strong> desconfianza de sus<br />
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