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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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LITERATURA POLICIAL<br />

Lo encuentra sentado a <strong>la</strong> mesa, de espaldas a el<strong>la</strong>, prematuramente<br />

levantado. Tiene que prepararle <strong>la</strong> merienda y baldear el<br />

charco de orine que <strong>la</strong> tierra aún no ha absorbido bajo el taburete.<br />

Le parece más indefenso que nunca, encorvado y con el pelo<br />

canoso revuelto por <strong>la</strong> almohada, esperando. ¿Esperando, qué?<br />

Nada, se dice, o todo. En fin, a ambos ya solo les resta vegetar.<br />

Busca un peine y se le acerca para organizarle un poco el cabello.<br />

Es cuando le ve <strong>la</strong> boca, de donde le cuelga un hilillo de saliva<br />

oscura.<br />

¿Qué estás comiendo? —no recuerda <strong>la</strong> fecha exacta en que<br />

había dejado de tratarlo de usted, pero debía coincidir con el<br />

pau<strong>la</strong>tino resquebrajamiento mental del Bisa—. ¿Qué tienes ahí?<br />

Entonces ve el macetero de barro sin <strong>la</strong>s últimas tres hojas y el<br />

cogollo partido en redondo.<br />

¡Abre <strong>la</strong> boca! —pero el viejo le riposta con <strong>la</strong> misma estupidez<br />

de siempre en <strong>la</strong> mirada y traga. <strong>El</strong><strong>la</strong> se queda mirándolo—. ¡Qué<br />

barbaridad! —hasta que mueve <strong>la</strong> cabeza como si negara algo<br />

incomprensible—. Eras tú.<br />

Agarra el macetero y contemp<strong>la</strong> el muñón desamparado.<br />

Pone el peine en <strong>la</strong> mesa y se va a <strong>la</strong> cocina.<br />

Ya comió —dice el viejo con aquel<strong>la</strong> voz catarrienta. Debe<br />

llorar, pero solo deja el recipiente con el tallo muti<strong>la</strong>do en el fregadero<br />

y se pasa <strong>la</strong>s manos por el pecho, donde se le han vuelto<br />

a atravesar <strong>la</strong>s ganas de no vivir. Tres meses de esperanza convertidos<br />

en un gargajo verde.<br />

Los toques en <strong>la</strong> puerta y <strong>la</strong> pregunta: “Sol, ¿ya está el café?”,<br />

no <strong>la</strong> sorprenden. Sabía que Orencio llegaría casi tras el<strong>la</strong> por <strong>la</strong><br />

golosina.<br />

Entra —le dice mecánicamente, porque ya él ha entrado. Le ve<br />

un pequeño envoltorio en <strong>la</strong>s manos y piensa que por fin algo está<br />

saliendo bien. Suspira—. Siéntate.<br />

Orencio pone el paquetico junto al peine y le dirige al Bisa un<br />

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