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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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CIENCIA FICCIÓN<br />

sión. Que en vez de simplemente reventarlos les vo<strong>la</strong>ran el suelo<br />

bajo los pies, podría ser un toque de sadismo, o un mensaje.<br />

Y el tal Cheng nunca había llegado a <strong>la</strong> reunión.<br />

Hijos de <strong>la</strong> gran puta, pensó Sergio. Solo ellos.<br />

Escapar.<br />

No había cómo.<br />

Sólo desde el bunker o el centro de mando se podría cambiar<br />

el status de <strong>la</strong> a<strong>la</strong>rma de asalto a incendio o algún otro tipo de<br />

catástrofe, y sólo bajo otro status de a<strong>la</strong>rma podría usar los <strong>otros</strong><br />

ascensores o <strong>la</strong>s escaleras; el mismo Sergio había diseñado el sistema,<br />

por trasmano. <strong>El</strong> único medio de moverse a través del edificio<br />

durante un asalto era el elevador ejecutivo, y estaba inutilizado.<br />

¿Lo estaba?<br />

Si <strong>la</strong>s cargas térmicas se habían colocado con profesionalidad,<br />

el chorro sería muy direccional; si acaso un poco se habría desviado,<br />

como evidenciaba <strong>la</strong> sangre en <strong>la</strong>s paredes. La maquinaria y<br />

<strong>la</strong> electrónica bien podrían haber salido indemnes. Sergio se apartó<br />

de <strong>la</strong> pared e hizo el esfuerzo de estudiar el estado del aparato<br />

metiendo <strong>la</strong> cabeza entre <strong>la</strong>s puertas. <strong>El</strong> panel de controles y el<br />

techo estaban intactos, <strong>la</strong>s paredes y puertas no parecían muy<br />

dañadas, en tanto del suelo incluso quedaban restos triangu<strong>la</strong>res<br />

en <strong>la</strong>s esquinas. Sergio apartó <strong>la</strong>s puertas, estiró un pie para colocarlo<br />

en <strong>la</strong> sección de p<strong>la</strong>ca próxima al panel y se <strong>la</strong>nzó hacia el<br />

asidero que iba a lo <strong>la</strong>rgo de <strong>la</strong>s paredes. Quedó a medias en el<br />

vacío, con un pie en una superficie menor que su zapato, otro<br />

colgando sobre el pozo, <strong>la</strong> mano derecha aferrada a <strong>la</strong> barandil<strong>la</strong><br />

y todo el cuerpo y <strong>la</strong> cara contra <strong>la</strong> pared <strong>la</strong>teral.<br />

Sergio estiró cuidadoso <strong>la</strong> mano izquierda hacia atrás y tanteó<br />

por instinto el panel de control, que veía de reojo. Las puertas se<br />

cerraron; con dificultad, pero era una victoria. Sergio siguió presionando<br />

<strong>la</strong> p<strong>la</strong>ca sensible hasta que el ascensor se estremeció<br />

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