El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada
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NARRATIVA<br />
fono los miércoles de doce a cuatro de <strong>la</strong> mañana. Yo le cuento lo<br />
que dicen de el<strong>la</strong> en La Habana. <strong>El</strong><strong>la</strong> me cuenta lo que dicen de<br />
mí en Santa C<strong>la</strong>ra, en Cienfuegos, en Camagüey. Dicen horrores.<br />
Los mismos horrores que dicen de Legna y de Raúl, pero a ellos<br />
no les importa, a nos<strong>otros</strong> tampoco.<br />
La ferromoza regresa al vagón, reparte <strong>la</strong> merienda justo en el<br />
momento en que Cortázar vomita el primer conejo. Miro el pan<br />
con <strong>la</strong> misma cara que Cortázar mira al conejo vomitado, lo guardo<br />
en <strong>la</strong> mochi<strong>la</strong>, él lo pone sobre el armario y piensa dónde<br />
esconderlo para que <strong>la</strong> señorita de París no lo encuentre. En el<br />
patio de <strong>la</strong> Casa de Cultura siempre hay sol, <strong>la</strong>s paredes derruidas<br />
no arrojan sombra, <strong>la</strong> escritora me dijo que era una imagen muy<br />
sugerente, una suerte de acción de resistencia, castigo preconcebido,<br />
algo así como una autof<strong>la</strong>ge<strong>la</strong>ción. Nos encontramos de<br />
repente y de pura casualidad, como se encontraron Legna y Raúl<br />
en el medio del patio, bajo el sol del mediodía, rodeados de<br />
escombros, en una Casa de Cultura que antes había sido un colegio<br />
de monjas y ahora era el escenario para un recital de poesía<br />
performática. <strong>El</strong> poeta ajustó el micrófono sobre el podio, miró al<br />
público con un gesto muy parecido al que usaba <strong>la</strong> madre superiora<br />
para mirar a sus monjas y con un girasol en <strong>la</strong> mano recitó<br />
un poema vulgar que hab<strong>la</strong>ba sobre una traición, un par de conejos<br />
b<strong>la</strong>ncos y un pez. A Legna y a Raúl les hubiera encantado,<br />
pero a nos<strong>otros</strong> nos pareció horrendo y salimos de <strong>la</strong> Casa de<br />
Cultura.<br />
<strong>El</strong> tren se detiene, va marcha atrás. Siento fatiga. Creo que voy<br />
a vomitar. Cierro los ojos pero el sonido del movimiento a <strong>la</strong><br />
inversa me penetra. Saco <strong>la</strong> cabeza por <strong>la</strong> ventana, vomito y entre<br />
hilos de alcohol, sobre los rieles, comienzan a caer conejos.<br />
Algunos dicen que debemos salirnos del camino, darle paso a<br />
varios vagones llenos de soldados que van a hacer entrenamientos<br />
a los campos de Conso<strong>la</strong>ción del Sur. Miro a través del cristal,<br />
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