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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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CIENCIA FICCIÓN<br />

Cojímar. No obstante, aun estaban en una situación complicada,<br />

y ciertamente no le veía <strong>la</strong> salida.<br />

—¡Dime qué carajo hacemos ahora! —gritó <strong>El</strong> Coco—. ¡Tú<br />

inventa cómo sacarme de aquí!<br />

—¡Cál<strong>la</strong>te, Coco! —dijo <strong>El</strong> Cara—. ¡Déjame pensar, por tu<br />

madre!<br />

En el suelo, detrás del negro, Marquito lloraba quejoso, sin<br />

casco, con <strong>la</strong> espalda contra <strong>la</strong> furgoneta y aferrándose desesperadamente<br />

<strong>la</strong> pierna derecha, sangrante. —Coco, me muero —<br />

decía—. Me mataron, Coco. Sálvame, mi hermano; sálvame que<br />

me mataron.<br />

—¡Me cago en tu madre, Marquito! ¡No me jodas más!<br />

Marquito prorrumpió en sollozos.<br />

<strong>El</strong> Cara hizo ademán de descansar el tubo del <strong>la</strong>nzacohetes<br />

contra su hombro, pero en cuanto el metal se acercó a su rostro<br />

lo apartó de sí. —Esta mierda quema —dijo sorprendido—. Debe<br />

ser por los guantes que no me doy cuenta, pero está que jode.<br />

Furioso, <strong>El</strong> Coco le arrebató el arma tomándo<strong>la</strong> por el órgano<br />

de puntería y <strong>la</strong> <strong>la</strong>nzó lo más lejos que pudo. —¡No comas más<br />

mierda con los coheticos y piensa algo!<br />

<strong>El</strong> Cara desenfundó su pisto<strong>la</strong> y <strong>la</strong> pegó al visor del Coco.<br />

—¿A ti que coño te pasa? —<strong>la</strong>dró—. ¡Yo soy hombre hasta para<br />

morirme!<br />

<strong>El</strong> cañón del AK del Coco se pegó al pecho del rubio. —Aquí<br />

todos somos hombres, Cara —dijo <strong>El</strong> Coco—, pero nadie quiere<br />

morirse. Después, si tú quieres, nos vemos <strong>la</strong>s caras; pero ahora<br />

inventa algo, que para algo tienen que servir ustedes los b<strong>la</strong>nquitos.<br />

Los <strong>otros</strong> cuatro hombres que compartían con ellos <strong>la</strong> protección<br />

de <strong>la</strong> furgoneta observaban <strong>la</strong> escena sin decir pa<strong>la</strong>bra.<br />

Tras unos segundos de inmovilidad, <strong>El</strong> Cara guardó el arma<br />

con movimientos lentos y cautelosos. —Está bien, ya habrá tiem-<br />

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