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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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CIENCIA FICCIÓN<br />

A <strong>El</strong>aine, por su cuento “Selección Natural”.<br />

A <strong>la</strong> “C-10” por los cinco años estudiando juntos <strong>la</strong> carrera.<br />

A mis compañeros del Bufete…<br />

En el estrado, con <strong>la</strong> negra toga ondeándole alrededor del<br />

cuerpo y el birrete graciosamente <strong>la</strong>deado sobre <strong>la</strong> cabeza,<br />

dejaba de ser un hombre común para transformarse en<br />

alguien único…<br />

Había nacido para <strong>la</strong>s Leyes, no le cabía duda.<br />

O al menos eso creía él.<br />

Cada vez que defendía a un hombre, y poco importaba si era<br />

culpable o no, se transformaba en el Aquiles griego o el Napoleón<br />

francés. Sus facilidades oratorias y el carisma con que trataba a<br />

todos le hacían ganar de inmediato el favor de los jueces y a<br />

menudo también <strong>la</strong> inmediata antipatía de los fiscales… y de<br />

algún que otro colega envidioso.<br />

Pero lo que contaba era que cada vez eran más los que buscaban<br />

sus servicios: asesinos, estafadores, genocidas… sin importar<br />

lo que hubieran hecho, todos se sentían seguros con él. No en<br />

balde su <strong>la</strong>rga lista de casos ganados lo había convertido en uno<br />

de los defensores mejor cotizados de <strong>la</strong> Tierra.<br />

Sin embargo, su suerte podría cambiar a partir de ahora.<br />

<strong>El</strong> Consejo Gubernativo había puesto en vigor el Decreto Ley<br />

P<strong>la</strong>netario 381/3029, donde se constituían como jueces a moder-<br />

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