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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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CIENCIA FICCIÓN<br />

onanista, pero algo lo impedía.<br />

En mi espalda sentí <strong>la</strong>s duras formas de un poste de madera y<br />

me percaté de que estaba atado a él. Era yo el centro de aquel<br />

espectáculo sicalíptico.<br />

Sin embargo, en lugar de preocuparme el hecho, por primera<br />

vez en mi vida me sentí rebosante de fe.<br />

Casi lloré de devoción cuando una de <strong>la</strong>s danzantes procedió<br />

a extraer <strong>la</strong> simiente de mi cuerpo para abonar <strong>la</strong> tierra consagrada<br />

a Matrix-Aya, diosa de <strong>la</strong> fecundidad y <strong>la</strong> abundancia.<br />

Tampoco sentí <strong>la</strong> menor preocupación cuando, acto seguido,<br />

una figura masculina me desató del poste y procedió a sembrar en<br />

mi cuerpo su semil<strong>la</strong>, ni cuando miré hacia atrás, algo adolorido<br />

pero exultante de fe, y divisé un grupo de acólitos de ambos sexos<br />

que esperaban su turno para consumar el sagrado rito de <strong>la</strong> posesión<br />

carnal del nuevo iniciado.<br />

No puedo decir que era un novato en cuestiones sexuales.<br />

Había hecho lo mío. Pero esto era diferente. Aunque una escena<br />

de este tipo pudiera parecer una cuestión de <strong>la</strong> más pura lujuria,<br />

les aseguro que no era ese el caso. Había amor en cada uno de<br />

aquellos actos. Un amor generoso desprovisto del <strong>la</strong>stre del egoísmo<br />

y <strong>la</strong> vanidad. Como se supone que se ama a los dioses o como<br />

estos deben amar a sus creaciones.<br />

En uno de los momentos culminantes de <strong>la</strong> jornada presenciamos<br />

un mi<strong>la</strong>gro: Matrix-Aya hizo brotar una ceiba en el centro<br />

del c<strong>la</strong>vero. Un pequeño arbusto que creció ante nuestros ojos,<br />

primero con <strong>la</strong> timidez de un recién nacido y luego con <strong>la</strong> acelerada<br />

desfachatez de un adolescente, hasta convertirse en un gigante<br />

que nos cobijó a todos bajo su sombra.<br />

Cuando terminó y regresé a <strong>la</strong> irrealidad ¿o era <strong>la</strong> realidad?<br />

todo había cambiado para mí.<br />

Uno de mis nuevos compañeros me llevó de vuelta a “Sus<br />

propios Dioses”. Entramos en La Habana por un camino que no<br />

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