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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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NARRATIVA<br />

debajo de <strong>la</strong> mesa. Viví <strong>la</strong> semana en ascuas, comiendo apenas,<br />

proyectando en mi cerebro una pelícu<strong>la</strong> interminable: imaginaba<br />

y volvía a imaginar a Rebeca desnuda, abierta entre los azulejos<br />

de <strong>la</strong> bañera, abierta de par en par en mi cama, abierta sobre <strong>la</strong><br />

mesa del comedor…y no paré de masturbarme como en mis años<br />

de adolescencia.<br />

Perdí de pronto el interés por asistir al Instituto y l<strong>la</strong>mé a <strong>la</strong><br />

dirección para contarle una mentira: no andaba bien de salud, me<br />

dolía como rayos <strong>la</strong> columna y padecía de mareos con frecuencia.<br />

¿Podía tomarme al menos una semana para reponerme un poco?<br />

No se preocupe, Aramís, <strong>la</strong> dirección lo autoriza, resuelva sus<br />

problemas de salud, que eso sí es importante para usted y para<br />

nos<strong>otros</strong>. ¡Yo, que bufaba como un toro, con dolores de columna<br />

y mareos con frecuencia! Me aislé del mundo. No quise hab<strong>la</strong>r ni<br />

con amigos ni conocidos. La mayoría son viejos, o empiezan a<br />

serlo. Y <strong>la</strong> vejez sólo inspira lástima y asco. Pretendía no inspirarle<br />

a Rebeca ni <strong>la</strong> una ni lo otro. Quería tener su cuerpo como el<br />

último acto decente de mi vida. Después podría morirme. Las<br />

matemáticas, mis libros y C<strong>la</strong>ra no iban a echarme de menos. Y<br />

el dolor que sufriría mi hija era un asunto distante. Rebeca volvió<br />

al sábado siguiente. Pantalones ajustados, pelo suelto, una colonia<br />

más fuerte sobre <strong>la</strong> piel. Aunque viniera vestida con harapos,<br />

yo perdería el aliento. Para el<strong>la</strong> guardé refresco y merme<strong>la</strong>da de<br />

mango. Había leído Lolita, aunque algunas partes, profe, eran<br />

aburridas y tuvo que saltar<strong>la</strong>s, y Rapsodia para los amantes del<br />

segundo piso. Pero no trajo los libros porque Alicia se los estaba<br />

leyendo. <strong>El</strong><strong>la</strong> los cuida, profe, no se preocupe. Miró hacia el techo<br />

para pensar lo que iba a decirme. Esos dos hombres, el profesor<br />

de Lolita y el profesor de Rapsodia, tienen el diablo en el cuerpo,<br />

profe, no pueden ni respirar porque el sexo los tiene como enloquecidos.<br />

Si tienen sexo, sufren, y si no tienen ninguno, sufren<br />

también. No es el sexo por el sexo, Rebeca, es <strong>la</strong> pasión por el<br />

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