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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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NARRATIVA<br />

a los caballos. Entonces se paraba el tráfico, y los apostadores<br />

hacían mediciones, gritaban sin recato, sin temor a que apareciera<br />

un policía que mandara parar <strong>la</strong> fiesta. Ramón saltaba y abría los<br />

brazos después de <strong>la</strong> caída, sonreía, tomaba a<strong>la</strong>rdeando su dinero.<br />

“Mucho más tendré en Nueva York”, y se l<strong>la</strong>maba campeón él<br />

mismo, y todo el vecindario vitoreaba. Por esos días muchos envidiaron<br />

los saltos de Ramón y el dinero que metía en sus bolsillos.<br />

Muchos lo invitaban a saltar y él aceptó siempre con <strong>la</strong> única<br />

condición de ser quien contro<strong>la</strong>ra <strong>la</strong>s apuestas. Era conocido en<br />

cada rincón de La Habana Vieja, en toda <strong>la</strong> ciudad, y <strong>la</strong>s apuestas<br />

crecían cada vez, cambiaban de barrio. Ramón era feliz en medio<br />

de sus saltos, y después. Cada noche iba a bai<strong>la</strong>r, si algo añora,<br />

eso es el baile, y a <strong>la</strong> muchacha que desapareció después del accidente.<br />

Su madre dice que lo advirtió pero que a él le tocaba decidir.<br />

Jorge Ángel lo l<strong>la</strong>maba merme<strong>la</strong>da y ahora picadillo. Jorge<br />

Ángel, que no cesa, lo invita a bai<strong>la</strong>r c<strong>la</strong>qué, insiste, quiere saber<br />

si no se aburre, si quiere lo invita a un trago. “Entra, acompáñame<br />

en el c<strong>la</strong>qué. Si tú haces de Fred Astaire yo seré tu Ginger<br />

Rogers”. Tanto insistió Jorge Ángel, que Ramón terminó aceptando<br />

y tomó el trago que el maricón sirvió, luego admitió uno más,<br />

y muchos. Después de tanto beber le apareció <strong>la</strong> tristeza. <strong>El</strong> alcohol<br />

trajo una angustia recia que Jorge Ángel no esperaba, y vino<br />

también el l<strong>la</strong>nto, contó de su dolor. Jorge Ángel no es bueno para<br />

el consuelo, y conoce que a Ramón no le gusta que sea compasivo.<br />

A Jorge Ángel también le dieron ganas de llorar pero prefirió<br />

el escarnio; si no podría saltar alto, si nunca sería mejor que<br />

Bubka el ucraniano, mejor se lucía reposando sobre una mesa de<br />

centro, él le ofrecía <strong>la</strong> suya, aunque fuera estrecha, su cuerpo no<br />

iba a sobrepasar <strong>la</strong>s dimensiones. “Te verías muy bien de adorno.<br />

¡Qué rareza para mi sa<strong>la</strong>! ¡<strong>El</strong> torso del Belvedere! ¡La Venus de<br />

Milo aún más amputada! De no ser Bubka puedes ser búcaro o<br />

bugarrón. ¿La mina te dañó <strong>la</strong> pértiga?”, pregunta Jorge Ángel y<br />

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