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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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CIENCIA FICCIÓN<br />

po para resolver <strong>la</strong>s cosas —dijo—. Pero haz que se calle el guanajo<br />

ese, que no me deja pensar.<br />

<strong>El</strong> Coco bajó el arma y se dio <strong>la</strong> vuelta arrodillándose junto a<br />

Marquito, quien seguía llorando ruidosamente.<br />

La sangre del joven le manchaba toda <strong>la</strong> pernera derecha y<br />

ambos antebrazos, pero parecía brotar lentamente, no a chorros.<br />

<strong>El</strong> Coco hizo el intento de apartar <strong>la</strong>s manos de Marquito del área<br />

encima de <strong>la</strong> rodil<strong>la</strong>, lo cual provocó gritos de dolor y más l<strong>la</strong>nto.<br />

—¡Estate quieto, maricón! —gritó <strong>El</strong> Coco y le dio una bofetada<br />

al herido—. ¡Que te calles! —y repitió el manotazo con más<br />

fuerza—. ¡Déjame ver!<br />

Marquito paró de llorar y comenzó a jadear roncamente, pero<br />

puso <strong>la</strong>s manos a ambos <strong>la</strong>dos del cuerpo, dejando al otro plena<br />

libertad.<br />

—¿Dónde es? —preguntó <strong>El</strong> Coco.<br />

Marquito se señaló <strong>la</strong> rodil<strong>la</strong> con el mentón.<br />

—¿Y por qué hay tanta sangre más arriba? —se preguntó el<br />

negro—. Déjame ver —se fijó en el faldón de <strong>la</strong> armadura, que<br />

caía sobre el muslo. Justo bajo <strong>la</strong> cadera, había un pequeño agujero,<br />

circundado por una pequeña hinchazón del material, como<br />

un ínfimo volcán. <strong>El</strong> Coco levantó <strong>la</strong> pieza y tanteó el ensangrentado<br />

pantalón en <strong>la</strong> zona debajo del agujero. <strong>El</strong> herido <strong>la</strong>nzó un<br />

grito de dolor.<br />

<strong>El</strong> Coco hizo un gesto de comprensión, y bajó <strong>la</strong> mano hasta<br />

cerca de <strong>la</strong> rodil<strong>la</strong>. Se veía un desgarro de <strong>la</strong> te<strong>la</strong> y mayor profusión<br />

de sangre. —Chif<strong>la</strong>ste, Marquito —dijo—. Una ba<strong>la</strong> loca, te<br />

entró por <strong>la</strong> cadera y te salió por abajo, pero sin tocar el hueso ni<br />

<strong>la</strong>s venas gordas. La verdad que no hay dos ba<strong>la</strong>zos iguales. Va y<br />

te salvas.<br />

—Si tuviera un arma de ba<strong>la</strong>s pesadas y de mucha puntería<br />

—dijo de repente <strong>El</strong> Cara—, podría intentar darle a <strong>la</strong>s ametral<strong>la</strong>doras<br />

y echarles a perder una pieza; el<strong>la</strong>s mismas se romperían<br />

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