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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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NARRATIVA<br />

pero nunca por el mar. Ramón estudió el viento y tomó un extremo<br />

de <strong>la</strong> pértiga, se aferró a el<strong>la</strong>, levantado el extremo más lejano<br />

se puso a andar. Sabía que era importante <strong>la</strong> destreza, <strong>la</strong> concentración<br />

y el salto. Ramón se movilizó ligero, más que el viento,<br />

con <strong>la</strong> sutileza de un soplido. Ramón escogió afincarse con <strong>la</strong><br />

pértiga y saltó.<br />

<strong>El</strong> extremo afirmado de <strong>la</strong> vara activó el dispositivo de <strong>la</strong><br />

mina, y no se ade<strong>la</strong>ntó el saltarín, no fue al otro <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> cerca,<br />

no llegó a donde quería, él se elevó y cayó en pedazos menudos,<br />

muy cerca de donde comenzara su carrera. Y no pensó en el fracaso<br />

mientras se elevaba. Supuso un salto altísimo, el mayor, y<br />

que los dioses de su madre lo ayudaban, que en unos días estaría<br />

en Nueva York. Ramón hizo rápido <strong>la</strong> cruz sobre su pecho, mientras<br />

<strong>la</strong> altura lo encumbraba, y cerró los ojos creyendo que caería<br />

apoyado en sus dos pies. No hubo dolor, al menos al principio, y<br />

no hubo l<strong>la</strong>nto, ni un quejido. Ramón creyó que había ganado,<br />

que estaba al otro <strong>la</strong>do del a<strong>la</strong>mbre. Ramón creyó que el salto era<br />

el inicio del camino a Nueva York, pero sus sueños fueron rotos,<br />

se hicieron trizas en <strong>la</strong> altura.<br />

Cada vez hace <strong>la</strong> cruz antes de ponerse a caminar aferrado a<br />

su sostén. Entendió <strong>la</strong> muleta como pértiga: fiel a su afición se fijó<br />

a <strong>la</strong> de madera. Ramón no se dejó ver en jimiqueo, y dio gracias<br />

a los dioses de su madre porque lo alejaron de <strong>la</strong> muerte, a fin de<br />

cuentas <strong>la</strong> muleta era familia de <strong>la</strong> pértiga, y él un hijo de San<br />

Lázaro. Fue Babalú quien le quitó <strong>la</strong>s piernas y le alejó <strong>la</strong> muerte,<br />

eso arguyó <strong>la</strong> madre, y él asintió, y anduvo osci<strong>la</strong>ndo, tambaleándose,<br />

vaci<strong>la</strong>nte. Ramón no dejó que notaran su tristeza, escogió<br />

<strong>la</strong>s noches para el l<strong>la</strong>nto y estuvo triste mucho tiempo, quizá lo<br />

esté todavía. ¿Qué iba a hacer en lo ade<strong>la</strong>nte? ¿Qué iba a ser? A<br />

Ramón se le truncó tanta esbeltez, tanta apostura.<br />

“No soy pa’ ti”. Decía Ramón al maricón de al <strong>la</strong>do mientras<br />

bajaba o subía de a tres los escalones y caía firme. “No soy pa’<br />

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