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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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CIENCIA FICCIÓN<br />

darle <strong>la</strong> espalda. Sólo tras unos cuantos pasos se atrevió a caminar<br />

de frente, sin mover los brazos ni dar señales de apuro; apenas<br />

respiraba.<br />

Después de llegar a <strong>la</strong> puerta y abrir<strong>la</strong> sin problemas con su<br />

tarjeta universal, Sergio se volteó hacia atrás. <strong>El</strong> negro estaba<br />

arrodil<strong>la</strong>do junto a una gran columna y se dedicaba a aplicarle<br />

módulos de explosivo que sacaba de una mochi<strong>la</strong>. Sergio se quedó<br />

fascinado por <strong>la</strong> meticulosidad con que el hombre adhería los<br />

rectángulos grises a <strong>la</strong> pared, hasta que una voz lo sacó de <strong>la</strong><br />

contemp<strong>la</strong>ción:<br />

—¡Coco! —gritó alguien desde <strong>la</strong> entrada del garaje—. Ponlo<br />

ahí al trozo, no seas tan perfecto, que eso es lo de menos ahora.<br />

Sergio cerró <strong>la</strong> puerta tras de sí con el mayor cuidado posible<br />

para no hacer ruido; no llegó a escuchar respuesta ninguna del<br />

negro.<br />

Cheng vio a los hombres salir de vuelta por <strong>la</strong> puerta del garaje.<br />

Se notaba que se iban por propia voluntad, después de haber<br />

terminado cuanto iban a hacer y sin que nadie los echara. Resopló<br />

de asombro; al parecer lo habían logrado después de todo, al<br />

menos <strong>la</strong> parte de tomar el edificio y colocar <strong>la</strong>s bombas. A tiempo,<br />

también, pues ya se veían <strong>la</strong>s luces de los carros policiales,<br />

llegando por <strong>la</strong> carretera más allá de <strong>la</strong> urbanización del Este.<br />

Cheng se imaginó al soñoliento jefe del cuartel de Cojímar arreando<br />

autos y hombres a medianoche para una salida imprevista, y<br />

se echó a reír.<br />

Ahora los asaltantes se irían en sus vehículos, harían estal<strong>la</strong>r<br />

<strong>la</strong>s bombas a distancia segura, y entonces los representantes quedarían<br />

atrapados en una ruina incendiada. Era lo mismo si caían<br />

desde un piso dieciocho o si dieciocho pisos les caían encima.<br />

Difícil salvarse de algo así, incluso dentro de un bunker. En última<br />

instancia, no era asunto suyo, ya no más.<br />

No era siquiera su p<strong>la</strong>n decapitar a <strong>la</strong> informática local matan-<br />

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