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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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LITERATURA POLICIAL<br />

espléndidos ratos allí, compartiendo un dominó y unos rones con<br />

los muchachos del barrio. (Lo de muchachos es solo un eufemismo,<br />

todos pasamos de <strong>la</strong> media rueda).<br />

<strong>El</strong> caso es que Martincito bajó el volumen y descubrió al intruso.<br />

Tal vez fue lo contrario: descubrió primero al intruso y acto<br />

seguido apagó el GoldStar. Lo que sí es seguro es que Martincito<br />

no salió sin echar mano al bate que le regaló el “Duke” al terminar<br />

<strong>la</strong> decimosegunda serie. ¿No mencioné lo del bate? Fue en el<br />

73 o en el 74 cuando el “Duke” se lo regaló; el bate con que<br />

Martincito le dio jonrón en el entrenamiento y también <strong>la</strong> pelota,<br />

donde escribió con tinta: # 13, “Duke” Hernández. No el “Duke”<br />

de los Industriales y de los New York Yankees, sino el de verdad,<br />

el de los Azucareros, que también fue pitcher y jugó segunda. Se<br />

l<strong>la</strong>maba Arnaldo y no Or<strong>la</strong>ndo, como el de los Industriales y de<br />

los New York Yankees. Martincito era fan al primer “Duke”, no<br />

al segundo, por cuestiones de afinidad generacional. <strong>El</strong> bate tenía<br />

como treinta años y también <strong>la</strong> pelota, y Martincito los guardaba<br />

como si fueran un tesoro.<br />

Pues Martincito agarró el madero y salió a <strong>la</strong> terraza dispuesto<br />

a romperle el espinazo a quien fuera. No es un tipo violento<br />

Martincito, ni cosa ni que se le parezca. Pero no es fácil que te<br />

sientes a almorzar frente al televisor y se te cuele un desconocido<br />

en el patio sin pedir permiso, como si tu casa fuera el so<strong>la</strong>r de <strong>la</strong><br />

esquina y no una casa particu<strong>la</strong>r que, por demás, has levantado<br />

con tus propias manos. Justificado está, sí señor, que Martincito<br />

saliera armado. Le dio un empujón a <strong>la</strong> puerta y se le paró de<strong>la</strong>nte<br />

al sujeto, al que encontró arrel<strong>la</strong>nado en uno de los sillones de<br />

aluminio como si estuviera en <strong>la</strong> piscina de un hotel y le dijo nada<br />

más quién coño eres y qué coño haces en mi casa.<br />

Es fácil suponer lo que sucedió después, aunque ni el propio<br />

Martincito recuerde los detalles. Todo parece indicar que el individuo<br />

se negó a moverse; es más, ni siquiera se dignó a contestar.<br />

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