El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada
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NARRATIVA<br />
Sería un negocio como otro cualquiera, que con él podría entrenarse<br />
y que no le cobraría un centavo. “Si quieres pruebo primero.<br />
Muéstrame <strong>la</strong> pértiga, el saxofón, soy bueno improvisando,<br />
me dicen Charlie Parker”. Y no deja de insistir, de cualquier<br />
forma quiere convencer al muti<strong>la</strong>do, él es bueno en los negocios,<br />
bien lo sabe el que está lisiado. “Permíteme que haga un conciertillo.<br />
Deja que mis manos sostengan el peso del instrumento y que<br />
mi boca sople, déjame sacarte música”.<br />
Ramón odia a Jorge Ángel en su obstinación, si pudiera incorporarse<br />
lo agarraba por el cuello, pero no puede y no quiere<br />
armar escándalo, ya es bastante que lo visite, qué pensarán en el<br />
so<strong>la</strong>r, qué dirían si lo vieran en casa del maricón, él no va a dejarse<br />
seducir y con pa<strong>la</strong>bras exige que se detenga, y también con los<br />
ojos, y con <strong>la</strong> mano que le queda. De buena gana Ramón aceptaría<br />
otro negocio, podía ser el de <strong>la</strong>s pinturas que vende Jorge<br />
Ángel, podía ser cualquier cosa que no fuera convertirse en maricón,<br />
pero su vecino insiste, quiere que acepte. “No es tan difícil,<br />
solo tienes que probar”. Podría ponerlo en contacto con el chupadedos,<br />
quien tiene una imaginación muy generosa, tanto que<br />
sería capaz de invitarlo al cine Payret y a sentarse muy cerquita<br />
de <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong>, alejados del tumulto, lugar preferido de los disolutos<br />
y a donde llegan menos <strong>la</strong>s ve<strong>la</strong>doras de <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>. <strong>El</strong> hombre<br />
prefiere los dedos de los pies, los talones, los empeines, <strong>la</strong> piel<br />
muy suave de los arcos. Allí le iba a quitar los zapatos y luego <strong>la</strong>s<br />
medias, le encanta ir descubriendo poco a poco <strong>la</strong> b<strong>la</strong>ncura en<br />
medio de <strong>la</strong> oscuridad del cine, y tiemb<strong>la</strong> si <strong>la</strong> piel es suave, si es<br />
resbalosa y lubricada, y le iba a hacer cosquil<strong>la</strong>s en los pies, y<br />
también iba a olerlos, a besarlos. “¡Qué maravil<strong>la</strong>!”, dice siempre<br />
y queda olfateando por un rato. <strong>El</strong> chupadedos huele, hace cosquil<strong>la</strong>s<br />
en los pies, se masturba y pide al efebo que se ría, pone<br />
diez dó<strong>la</strong>res en el bolsillo del amante ocasional antes de abandonar<br />
el cine. “Dime si no es negocio. La pértiga no interesa. Solo<br />
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