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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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LITERATURA POLICIAL<br />

míos. Apenas con aseverar que adoraba mi boceto de <strong>la</strong> nove<strong>la</strong> de<br />

piratas, consiguió que yo rubricara risueño <strong>la</strong> alianza. De aquel<br />

prólogo como de ilusión hollywoodense sólo conservo una reminiscencia<br />

de ma<strong>la</strong> espina: La imagen de un despertar de luna de<br />

miel, con <strong>la</strong> hermosa Cleo narrándome el sueño suyo, en el que<br />

una feliz pareja recorre el museo llevando de <strong>la</strong> mano a Dieguito,<br />

nuestro hijo… Se demora en bajar. Preferiría quedarse en compañía<br />

de los Hermanos de <strong>la</strong> Costa y evocar juntos <strong>la</strong> contienda en<br />

alta mar del día en que el espadón del Caballero de Ca<strong>la</strong>trava<br />

inauguró el pugi<strong>la</strong>to contra el acero del renegado. “Santiago…”,<br />

recuerda y se sonríe. Lo había conocido hace un par de años en<br />

<strong>la</strong> Universidad de La Habana, cuando asistió a <strong>la</strong>s conferencias<br />

del reputado arqueólogo. Él se acercó al perito con <strong>la</strong> intención<br />

de conquistarlo para que le franqueara el acceso a los fondos<br />

documentales del Museo de Historia de Madrid. Mas el interés<br />

profesional devino a <strong>la</strong> postre en camaradería auténtica, o así<br />

llegaría a creerlo él; y hoy no fal<strong>la</strong> que en <strong>la</strong>s frecuentes viajes de<br />

trabajo a <strong>la</strong> is<strong>la</strong>, el español saque tiempo para al menos una visita<br />

a <strong>la</strong> casa del escritor. Lástima que <strong>la</strong> amable cosecha de <strong>la</strong> amistad<br />

haya comenzado a malograrse por culpa del gusano de <strong>la</strong> sospecha:<br />

“¡Santiago!”, repite con acento de reve<strong>la</strong>ción y se dispara<br />

escalera abajo. La daga mora desciende consigo, colgándole del<br />

puño apretado… Atrapa esta otra cita de Wilde: “Si usted quiere<br />

saber lo que una mujer dice realmente, míre<strong>la</strong>, no <strong>la</strong> escuche”…<br />

Luego de esos primeros meses en que <strong>la</strong>s horas enteras fueron<br />

devoradas por los espejismos del deseo o <strong>la</strong> tempestad del amor,<br />

cuando el reloj perezoso de <strong>la</strong> vida cotidiana, el que impone su ley<br />

de mesura y vista ade<strong>la</strong>nte, empezó a marcar el paso, yo quise<br />

empeñarme a tiempo completo en <strong>la</strong> escritura de <strong>la</strong> nove<strong>la</strong>.<br />

Entonces Cleo me sacó <strong>la</strong> coartada de <strong>la</strong> pareja para arrastrarme<br />

hacia otras prioridades, como atajar el deterioro de <strong>la</strong> casa que<br />

ahora habitábamos en común, y tuve que enro<strong>la</strong>rme en una p<strong>la</strong>za<br />

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