El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada
El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada
El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
NARRATIVA<br />
vuelto negruzca. Rebeca volvió para acurrucarse en una esquina<br />
del colchón. No quiso hab<strong>la</strong>r sobre el tema. Yo tampoco. Me puse<br />
a acariciar<strong>la</strong> como a un cristal muy fino. Tenía miedo de que el<br />
cuento hubiera terminado apenas en su comienzo. Rebeca, con<br />
voz muy pálida, contó que estaba sorprendida, que debía caer con<br />
el periodo después del dieciocho y apenas estábamos a nueve,<br />
hizo una pausa, cambió su tono a una nota más dramática, pero<br />
evitando ser ridícu<strong>la</strong>, y dijo que yo parecía un hombre especial,<br />
distinto, y por eso iba a contarme lo que en verdad le ocurrió, que<br />
si yo no <strong>la</strong> entendía no <strong>la</strong> entendería nadie… Rebeca me confesó<br />
estar loca por Alicia, <strong>la</strong> amiga que pretendía alqui<strong>la</strong>r un profesor<br />
de matemáticas, que <strong>la</strong>s dos se estuvieron encontrando en un<br />
cuarto donde el dueño les cobraba a treinta pesos <strong>la</strong> hora, pero<br />
Alicia ya no <strong>la</strong> quería, o no sabía querer<strong>la</strong>, porque llevaba una<br />
vida promiscua donde cabían alumnas, alumnos, cocineros, profesores<br />
y cualquiera que le hiciera un cuento chino y <strong>la</strong> invitara a<br />
meterse en <strong>la</strong> cama. Es verdad que decenas actuaban como Alicia<br />
en el Preuniversitario. Pero no Rebeca. No. Imposible. No podría.<br />
Y por culpa de esas diferencias estaban separadas y no tendrían<br />
forma de reconciliarse. Y no tener el amor de Alicia y sentirse<br />
muerta era casi lo mismo.<br />
Yo también, de pronto, comencé a morir. No porque Rebeca<br />
fuera lesbiana… o bisexual, una tendencia en auge. Tampoco<br />
porque esperara amor eterno. Ni siquiera temporal, sino porque<br />
sentía, de un modo inevitable, que una montaña de piedras se<br />
estaba derrumbando sobre mi suerte. Rebeca, ¡Dios mío!, ¿qué<br />
hiciste?, recoge ya mi cadáver, envuélvelo en una bolsa, quémalo<br />
donde mejor te parezca, no dejes ni un mínimo rastro para que <strong>la</strong><br />
justicia no te obligue a responder por <strong>la</strong> muerte de un tipo sucio<br />
hasta los huesos. Desde mi desconcierto le sugerí calmarse y que<br />
volviera a vestirse. Rebeca saltó hacia mí, pegó su cara a <strong>la</strong> mía y<br />
se mantuvo respirando fuerte contra mi oído. Una escena tierna,<br />
58