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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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CIENCIA FICCIÓN<br />

y los chinos se saltan unas cuantas.<br />

—¿Y eso qué tiene? —preguntó <strong>El</strong> Coco.<br />

—Que una pisto<strong>la</strong> alemana es una garantía de por vida, y una<br />

china, un albur.<br />

Cintras y <strong>El</strong> Coco chistaron de fastidio, al unísono.<br />

—Échate qué tal<strong>la</strong> —dijo de repente Marquito—. Una vieja<br />

trasnochadora.<br />

Por los soportales de <strong>la</strong> acera opuesta caminaba una anciana,<br />

despacio y pegada a <strong>la</strong> pared. Los triángulos de luz definidos por<br />

<strong>la</strong>s columnas llegaban apenas con un vértice hasta sus f<strong>la</strong>cas rodil<strong>la</strong>s;<br />

el resto de el<strong>la</strong> se veía siempre entre sombras imprecisas.<br />

—Se saló <strong>la</strong> vieja —dijo Marquito, y apretó el gatillo.<br />

<strong>El</strong> ruido del disparo rebotó de acera a acera y cimbró <strong>la</strong>s tapas<br />

del alcantaril<strong>la</strong>do antes de morir entre <strong>la</strong>s columnatas.<br />

—¿Qué coño tu estás haciendo, Marquito? —exc<strong>la</strong>mó <strong>El</strong><br />

Coco.<br />

—Afino <strong>la</strong> mira, que debe hacer falta —dijo Marquito, aun<br />

apuntando—. Fíjate que fallé.<br />

En efecto, <strong>la</strong> silueta de <strong>la</strong> anciana se veía en pie, inmóvil contra<br />

<strong>la</strong> pared.<br />

—¡Corra, mi vieja! —gritó Marquito—. ¡Le doy un chance!<br />

<strong>El</strong> Coco meneó <strong>la</strong> cabeza desaprobadoramente. —Yo <strong>la</strong> verdad<br />

que perdí el interés en <strong>la</strong>s viejas el día que descubrí a <strong>la</strong>s<br />

mujeres.<br />

Cintras echó una risotada.<br />

—Métele un tiro de susto —dijo Marquito—, para que se<br />

mueva; si no, no tiene gracia.<br />

Cintras comenzó a sacar <strong>la</strong> pisto<strong>la</strong>.<br />

En ese momento una enorme furgoneta negra frenó justo<br />

de<strong>la</strong>nte de los tres, con un estrepitoso chirrido de neumáticos.<br />

—La recogida, Marquito —dijo <strong>El</strong> Coco—. Ya deja eso.<br />

Los tres caminaron hacia <strong>la</strong> parte posterior de <strong>la</strong> furgoneta,<br />

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