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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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CIENCIA FICCIÓN<br />

do a los líderes y coordinadores; él hubiera resuelto el problema<br />

con negociaciones de fuerza. Sin embargo, si alguien más sabio<br />

había decidido tomar este curso de acción, Cheng no se consideraba<br />

apto para juzgarlo. Además, era divertido utilizar a los<br />

hampones locales contra su propia elite social y tecnológica; y si<br />

él mismo hubiera muerto en el incidente, incluso se volverían<br />

locos buscando un culpable entre ellos mismos, aumentando así<br />

sus ya profundas divisiones.<br />

La división era buena. <strong>El</strong> mejor p<strong>la</strong>n del mundo es usar <strong>la</strong>s<br />

debilidades del enemigo contra él mismo, y no hay mayor debilidad<br />

que <strong>la</strong> división. División entre los de arriba y los de abajo, y<br />

además división entre los de arriba y división entre los de abajo.<br />

Y en el país tenían <strong>la</strong> suficiente de cualquiera de <strong>la</strong>s tres como<br />

para manipu<strong>la</strong>rlos durante siglos, revolviéndolos a unos contra<br />

<strong>otros</strong> como frutas en una licuadora. Cheng se imaginó a sí mismo<br />

variando a p<strong>la</strong>cer <strong>la</strong>s velocidades de un aparato de esos y visualizó<br />

un vaso lleno de mangos con forma y aspecto de caras <strong>la</strong>rgas,<br />

angulosas, de estúpidos ojos redondos y demasiado vello facial.<br />

Pero en realidad, él no estaba al control de <strong>la</strong> licuadora. Desde<br />

esta noche ni siquiera estaba en <strong>la</strong> cocina.<br />

Ah, qué noche, pensó Cheng. Debía dormir lo que quedaba de<br />

el<strong>la</strong> para mañana enfrentar fresco al Director General Jiang. Pero<br />

no en su casa; un hotel sería mejor. Cheng entró al auto, guardó<br />

los binocu<strong>la</strong>res en <strong>la</strong> guantera y ordenó al vehículo cerrar <strong>la</strong> puerta<br />

y partir.<br />

—¡Recojan los muertos y heridos, y <strong>la</strong>s armas! —ordenó <strong>El</strong><br />

Cara agitando pesadamente el revólver—. ¡Rápido!<br />

Un b<strong>la</strong>nco alto de facciones bastas se encogió de hombros a <strong>la</strong><br />

vista del Cara. —¿Para qué los muertos? —dijo con una mueca de<br />

despreocupación.<br />

<strong>El</strong> Cara levantó el revólver y le disparó al hombre a <strong>la</strong> cabeza;<br />

el retroceso por poco le hace darse un golpe con el arma en el<br />

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