El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada
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NARRATIVA<br />
un quicio de <strong>la</strong> calle del Obispo. Al principio lo auxiliaban sus<br />
contrarios, después se aburrieron de ayudar tanto al lisiado y lo<br />
ade<strong>la</strong>ntan en cualquier negocio.<br />
Ramón siente que se acabó toda su fortuna, aunque Jorge<br />
Ángel diga que le queda <strong>la</strong> belleza de sus ojos y <strong>la</strong> fuerza que tiene<br />
en <strong>la</strong> mirada. “Parecen sinceros. ¿Cómo mirarás cuando te excitas?”.<br />
Aún le queda su cara de huesos prominentes, aún le quedan<br />
algunas cosas, y lo mejor es que también le faltan, <strong>la</strong> calle está<br />
llena de pervertidos. A veces, cuando escucha a su madre peleando<br />
en <strong>la</strong> cocina porque no tiene nada que poner en los calderos,<br />
se pregunta cómo sería si acepta lo que Jorge Ángel le propone, a<br />
veces piensa que va a ceder, tiene miedo cuando imagina el<br />
momento en que asiente y le pide que sea discreto, que si es prudente<br />
le muestra <strong>la</strong> pértiga, le deja tocar el saxofón. Ramón piensa<br />
y se toca en <strong>la</strong> entrepierna. Cierra los ojos y se toca, recuerda<br />
a sus muchachas, se masturba.<br />
En cualquier momento tendrá que aceptar.<br />
Cada día intenta imaginar cómo será y se toquetea y siente<br />
asco, siente miedo, y a su madre peleando en <strong>la</strong> cocina. Preferiría<br />
que Jorge Ángel no existiera, que no insistiera, que se fuera al<br />
diablo, y se toca, y tiene <strong>la</strong> certeza de que nunca será como tener<br />
debajo a su muchacha o como saltar auxiliado de una garrocha.<br />
A veces Jorge Ángel llega y lo sorprende, anuncia que le trajo un<br />
refresquito y mira lo que tiene levantado en su entrepierna, se<br />
acaricia el pecho con su mano enjoyada, chupa su boquil<strong>la</strong> de<br />
ámbar de Groen<strong>la</strong>ndia, suelta el humo. “Te traje un refresquito,<br />
te lo tomas cuando termines”, dice y le da <strong>la</strong> espalda, luego se<br />
voltea para mirar al que se queda en <strong>la</strong> cama, y baja los ojos para<br />
ver su pértiga.<br />
Muchas veces ha pensado en <strong>la</strong> insistencia del vecino. Siempre<br />
hizo lo mismo, cuando Ramón tenía piernas y era esbelto; cuando<br />
era bello y saltador le rec<strong>la</strong>mó, y después también. ¿Qué será de<br />
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