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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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NARRATIVA<br />

y cerró los ojos, los apretó fuerte, primero los pies por sobre <strong>la</strong><br />

varil<strong>la</strong>, y también el arco que hizo con su cuerpo, y cayó sobre sus<br />

pies, con <strong>la</strong>s manos levantadas, como en <strong>la</strong> V de Victoria, y l<strong>la</strong>mó<br />

al contrario por su nombre. Jorge, le dijo, y también mi ángel, le<br />

dio todo, todo, todo, lo cercó con su brazo derecho, el único, y le<br />

besó el cuello, le beso <strong>la</strong> espalda, quedó quietísimo metido en el<br />

huequito, con su pértiga.<br />

Ninguno de los dos se atrevió a hab<strong>la</strong>r después. Solo cuando<br />

Ramón se marchaba, Jorge Ángel le puso en el bolsillo un billete<br />

de diez dó<strong>la</strong>res, lo invitó a su fiesta de cumpleaños que sería al día<br />

siguiente y en <strong>la</strong> tarde, vendrían sus amigos, los más íntimos, dijo<br />

en medio de una sonrisa socarrona. Ramón contestó que no,<br />

prefería volver cuando estuviera solo. “C<strong>la</strong>ro, si tú quieres”.<br />

Y ahora <strong>la</strong> madre le anunciaba del incendio en el so<strong>la</strong>r, y <strong>la</strong><br />

muerte de Esteban, <strong>la</strong> de Ovidio, y para colmo, le contó que no<br />

aparecía Jorge Ángel. Ramón pensó en su suerte, recordó el<br />

cuadro que le rega<strong>la</strong>ra <strong>la</strong> noche anterior, el que colgó detrás de su<br />

cama y que debió quemarse. Ramón pensó en el traqueo del<br />

cristal, en <strong>la</strong> caída, y caminó <strong>la</strong> Habana Vieja. Ramón pensaba en<br />

Jorge Ángel, en lo que pasó entre ellos unas horas antes. Muchas<br />

veces deseó que no insistiera, que no existiera. Ahora no volvería<br />

a insistir. Ya no existía y lo extrañaba. No debió dejarse embaucar.<br />

Debió resistir pero no lo consiguió, ya era tarde, y lo extrañaba.<br />

Habría resultado mejor el incendio un día antes. Ramón cree que<br />

nunca es tarde, al menos <strong>la</strong>s l<strong>la</strong>mas contendrían <strong>la</strong> lengua al<br />

maricón, nadie se iba a enterar de todo lo que ocurrió. Ramón<br />

camina La Habana y piensa en Jorge Ángel, quisiera tocarse <strong>la</strong><br />

entrepierna pero tiene su mano aferrada a <strong>la</strong> muleta. Piensa en <strong>la</strong>s<br />

l<strong>la</strong>mas. ¿Quién volvería a ayudarlo con diez dó<strong>la</strong>res? ¿Quién iba<br />

a levantarle <strong>la</strong> fuerza de su pértiga?<br />

Ramón salió muleteando. La madre supone que está metido<br />

en algún negocio, y que hace bien, cualquier cosa es buena si se<br />

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