06.12.2012 Views

El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

NARRATIVA<br />

podían resba<strong>la</strong>r a gusto. Muslos delicados y entrepiernas semiabiertas.<br />

Oquedades tibias y pechos como astas. Pechos. Pero nada<br />

era Sandra. Allí, tan cerca, y no era Sandra. Imposible, diríase,<br />

porque no podía. No podía, y eso era un hecho. Una verdad asimi<strong>la</strong>da<br />

con los años. Los duros años de impotencia. De esperanza.<br />

De súplica. De ayúdame y de entiéndeme. Y Sandra lo entendió<br />

un tiempo. Lo ayudó. Le buscó soluciones. A veces era Sandra <strong>la</strong><br />

mujer cercana. Y a veces era simplemente Sandra. Un cuerpo<br />

ajeno.<br />

Con el tiempo el<strong>la</strong> fue sólo una voz que decía no me toques.<br />

Una respiración que a<strong>la</strong>rgaba <strong>la</strong>s horas. Las <strong>la</strong>rgas horas.<br />

Difíciles. Y empezaron <strong>la</strong>s reuniones. Las salidas nocturnas y <strong>la</strong>s<br />

llegadas con el olor de otro hombre. Y todo fue peor por lo de<br />

Fello y los <strong>otros</strong>. Porque ellos sabían. La veían pasar y hab<strong>la</strong>ban.<br />

Estaba seguro de que hab<strong>la</strong>ban. Sabía lo que hab<strong>la</strong>ban. Lo adivinaba.<br />

Lo podía sentir en <strong>la</strong> piel de <strong>la</strong> cara. En el estómago. Una<br />

ira contenida que iba tomando otra forma. Una tristeza íntima<br />

que se fuera convirtiendo en otra cosa. Un sentimiento que cambiaba<br />

rápido desde el amor hasta el odio. Y los ojos se detenían<br />

una vez más sobre <strong>la</strong> simetría perfecta en <strong>la</strong> pared de <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>.<br />

<strong>El</strong> <strong>martillo</strong>. Un arma ideal para ap<strong>la</strong>star cabezas. Para triturar<strong>la</strong>s<br />

quizá. Un p<strong>la</strong>cer que subía por <strong>la</strong> muñeca, nervio a nervio,<br />

como sangre. <strong>El</strong> golpe saboreado noche tras noche. Un único<br />

golpe calcu<strong>la</strong>do para romper el cráneo. Para desmenuzarlo. Un<br />

huracán de hierro que descendiera rápido y terminara todo. <strong>El</strong><br />

golpe era eso. Pero podía ser más, o podía ser menos. <strong>El</strong> golpe<br />

podía fal<strong>la</strong>r, y, en ese caso, un segundo martil<strong>la</strong>zo era preciso. O<br />

un tercero.<br />

Decidió probar. Los cocos del patio remedaron cabezas. Los<br />

cocos secos. Se rompían con un chasquido. Con uno solo. Pero<br />

inmóviles. Una cabeza puede moverse de repente, si los ojos avisan,<br />

o si un sexto sentido, como aquel caso de <strong>la</strong> mujer del carni-<br />

43

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!