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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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NARRATIVA<br />

Carne podrida. Pólvora. Respiro profundo. Y exhalo. Espero a<br />

que pasen <strong>la</strong>s nubes. Si digo que impresiona cuanto alcanzo a ver<br />

no es justamente por <strong>la</strong> belleza del panorama. Es solo por <strong>la</strong> altura.<br />

Desde mi butaca todo Al-Jumhuriya al-‘Iraqiya es un horrible<br />

escenario. Las nubes van a <strong>la</strong> deriva unas detrás de otras, es una<br />

suerte, avanzan despacio, muy despacio. ¿Cúmulos, nimbos,<br />

cirros? Qué más da, son solo nubes muy gruesas y es una verdadera<br />

suerte que apenas permitan ver cuanto sucede abajo. Pero a<br />

nuestras butacas llega el olor de Al-Jumhuriya al-‘Iraqiya. Sé del<br />

acre olor de <strong>la</strong> pólvora.<br />

—¿Tu vida les llevó felicidad a <strong>otros</strong>…? —dice; debo volver <strong>la</strong><br />

cabeza hacia atrás, Morgan está parado detrás de mi butaca, el<br />

saco cuelga de una de sus manos.<br />

¿Mi vida les llevó felicidad a <strong>otros</strong>?<br />

Pienso en Guni<strong>la</strong> y un dolor muy agudo se c<strong>la</strong>va en mi sien.<br />

“Guni<strong>la</strong>” —digo—. Mi enorme y dulce gata tirada en un callejón,<br />

a media noche; su falda desgarrada, los moretones en los brazos<br />

y muslos, una herida en su cuello. Como un fogonazo, <strong>la</strong> imagen<br />

de esta mujer llega a mi memoria. ¿Por qué <strong>la</strong> muerte de Guni<strong>la</strong><br />

estal<strong>la</strong> en mi memoria? ¿Acaso es cierto que no hice nada por<br />

el<strong>la</strong>? Dios tiene un p<strong>la</strong>n para cada uno de nos<strong>otros</strong> y no nos pone<br />

ante pruebas que no seamos capaces de superar. Eso dicen. Y<br />

siento unas palmadas en mi hombro. Siento un leve apretón.<br />

Morgan me guiña un ojo. Y sonríe. Pienso en Jane<strong>la</strong> da Alma y el<br />

mismo dolor me ta<strong>la</strong>dra <strong>la</strong> cabeza. “Jane<strong>la</strong>” —digo—. Sus <strong>la</strong>rgas<br />

uñas pintadas de rojo, tirabuzones de falso cabello rubio, un feto<br />

sanguinolento en sus manos. Como un fogonazo <strong>la</strong> imagen de<br />

esta mujer llega a mi memoria. Vuelvo a crisparme. Jane<strong>la</strong> me<br />

l<strong>la</strong>mó hiena y asesino cuando intenté convencer<strong>la</strong> de que por el<br />

momento en nuestra re<strong>la</strong>ción no cabía una tercera persona y era<br />

mejor un aborto. ¿Habrá servido para algo que uno de los caimanes<br />

b<strong>la</strong>ncos de ojos azules <strong>la</strong> mirara directamente a los ojos?<br />

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