El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada
El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada
El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
NARRATIVA<br />
sexo. <strong>El</strong> hombre es una pasión. Si no existe una pasión, no existe<br />
el hombre. Rebeca hizo el gesto de quien no supo entender <strong>la</strong><br />
diferencia. Es que los hombres son así: aun cuando parece que<br />
están dormidos, gastados por <strong>la</strong> edad, son como un volcán: cuando<br />
despiertan lo incendian todo porque nunca dejaron de llevar<br />
por dentro el fuego más imp<strong>la</strong>cable. ¿Entiendes lo que te digo?<br />
Rebeca afirmó y me di por satisfecho. Sentada en <strong>la</strong> terraza resolvió<br />
hábilmente algunos ejercicios. Le aseguré que iba muy bien,<br />
que no me extrañaría si de pronto se convirtiera en una fanática<br />
de los números y <strong>la</strong>s ecuaciones. No, no, ni pensarlo, profe. ¿Y<br />
qué tú crees, Rebeca, si dejamos un poquito para el sábado que<br />
viene? Aceptó con p<strong>la</strong>cer <strong>la</strong> merme<strong>la</strong>da y mientras comía le entregué<br />
otro libro: Historia sexual de <strong>la</strong> nación. No estaba tan excitado<br />
como <strong>la</strong> primera vez. Quizás el miedo al fracaso maltrató<br />
mis erecciones. Le di otra cita llena de angustias y deseos. Y al<br />
terminar<strong>la</strong>, le di otra…. De pronto me decidí a voltear <strong>la</strong> página.<br />
¿En qué locura me estaba enredando? Debía mirarme al espejo,<br />
viejo decadente, recordar quién era, cerdo pervertido, contar mis<br />
arrugas, cuarentón corrupto…y hasta pensar en <strong>la</strong> cárcel. Para <strong>la</strong><br />
cuarta cita Rebeca llegó ojerosa, espantada, como si presintiera el<br />
rumbo que tomarían mis instintos. ¿Te sientes mal, Rebeca? Negó<br />
con un susurro poco convincente. No me preocupé por eso. Los<br />
jóvenes también se cansan. Para <strong>la</strong> quinta ocasión, apenas dormí<br />
un par de horas. Pasé <strong>la</strong> madrugada escuchando rock de los años<br />
60 y 70. La voz de Mick Jagger se oía más vital que nunca en esas<br />
horas: I can’t get no satisfaction/ I can’t get no satisfaction…<br />
Seguro que todavía el rockero inglés se acostaba con muchachitas<br />
como Rebeca y después ni <strong>la</strong>s columnas más sensacionalistas se<br />
atrevían a l<strong>la</strong>marlo viejo verde. Con <strong>la</strong> primera luz del día, me<br />
afeité, perfumé y me puse una camisa b<strong>la</strong>nca, pensando que el<br />
b<strong>la</strong>nco incidiría de forma favorable en <strong>la</strong> opinión de Rebeca, en<br />
hacer que viera en mí el ejemplo más exacto de <strong>la</strong> ternura, <strong>la</strong><br />
55