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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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LITERATURA POLICIAL<br />

Escudriña <strong>la</strong> tierra del macetero buscando un cachazudo. Ni<br />

siquiera hay cagarruticas negras. Solo en el tallo el espacio vacío<br />

como evidencia de los despojos.<br />

Le habían rega<strong>la</strong>do aquel tallito pelón con muy buenas recomendaciones<br />

el mismo día que compró el puerco: “Tú verás; a<br />

medida que prospere <strong>la</strong> matica, prosperas tú”. Y con <strong>la</strong> falta que<br />

le hacían unos meses, qué unos meses, unos días de bonanza…<br />

Pero no solo demoraba en crecer, sino que estaba perdiendo lo<br />

que con tanta esperanza y angustia había logrado.<br />

Termina el aseo con desaliento y saca el choncho al patio, ya<br />

majadero por el hambre, para amarrarlo a uno de los parales del<br />

colgadizo. “Si haces lo que te digo, verás que aumenta a libra por<br />

día. Primero tienes que desparasitarlo y después… échale comida”.<br />

Unas gallinas acuden a los ronroneos del cerdo y rodean <strong>la</strong><br />

calderita aún vacía. “Anota <strong>la</strong> fecha y fíjate: el cochinato y <strong>la</strong><br />

matica te van a sacar ade<strong>la</strong>nte. Juntos”. <strong>El</strong> puerco tan esmirriado<br />

y pelón como el gajito. En serio, tenía muy poca fe, pero no le fue<br />

difícil incorporar a <strong>la</strong>s otras <strong>la</strong> rutina de suministrarle <strong>la</strong> dosis de<br />

sol recién nacido, el bueno para los tallitos tiernos. “Ten mucho<br />

cuidado en no echarle yuca atrasada. La vianda cruda le hace bien<br />

si está fresca, pero es mejor que te acostumbres a salcochar<strong>la</strong>. La<br />

yuca atrasada los mata redondos, porque desprende cianuro. Ten<br />

mucho cuidado…” En tantos años, qué no sabría el<strong>la</strong> de criar<br />

puercos.<br />

Siente chirriar <strong>la</strong> puerta desvencijada que da a <strong>la</strong> calle en el<br />

patio del frente y levanta <strong>la</strong> cabeza. “Otro predicador”, se dice<br />

cuando ve al hombre que traspasa el jardín desde <strong>la</strong> acera hasta<br />

el portal, sorteando a duras penas <strong>la</strong>s pilitas de mierda de gallina<br />

en <strong>la</strong>s <strong>la</strong>jas de cemento.<br />

Los predicadores venían todos los sábados, muy correctos y<br />

educados, a hacer<strong>la</strong> perder el tiempo. Aunque hoy no era sábado,<br />

ni aquel hombre parecía predicador, a menos que ahora los<br />

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