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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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NARRATIVA<br />

frase sin sospechar <strong>la</strong> muerte. <strong>El</strong> trancazo y <strong>la</strong> muerte. Él preguntó<br />

otra vez si le gustaba y el<strong>la</strong> dijo que sí, que estaba bueno.<br />

Y <strong>la</strong> duda después. Por lo de <strong>la</strong> sospecha. La eterna duda.<br />

Miedo podía decirse. Si en el último momento <strong>la</strong> intención se<br />

descubre. O si el brazo fal<strong>la</strong>ra en el instante preciso. O si el grito.<br />

Un grito es cosa poco soportable. Un grito puede ser de ma<strong>la</strong><br />

suerte. Muerte con grito. No. Mejor <strong>la</strong> muerte limpia. La silenciosa<br />

muerte. Pero no con el <strong>martillo</strong>. Con ese no. Con otra cosa.<br />

Y los ojos fueron a buscar <strong>la</strong> simetría de <strong>la</strong> pared. Allá, junto<br />

al <strong>martillo</strong>, en el lugar donde <strong>la</strong> <strong>hoz</strong> bril<strong>la</strong>ba, de puro acero <strong>la</strong><br />

hoja, que a los ojos pareciera de oro puro, de muérdago cortar<br />

según había dicho el viejo de <strong>la</strong> tienda, el mango liso incrustado<br />

en hueso de alce, hoces no faltarán en <strong>la</strong> vida de un hombre, y a<br />

qué mirar el brillo puro de <strong>la</strong> hoja, b<strong>la</strong>nca curva inflexible que<br />

podía cortar de un solo tajo una garganta, según dijera el viejo.<br />

La sopesó otra vez. Peso perfecto. Surcaba el aire a <strong>la</strong> derecha<br />

y a <strong>la</strong> izquierda. Golpe perfecto. Pero probar en qué. Los plátanos<br />

del patio. Los tallos fueron cuellos. Y los cuellos fueron cortados<br />

de un solo golpe. Y el p<strong>la</strong>cer era mayor. Subía también, pero nacía<br />

en el vientre, más abajo, nervio a nervio. Pero no como sangre.<br />

No. Como semen diríase. Como eyacu<strong>la</strong>ción a voluntad. Como<br />

dominio. Más que el p<strong>la</strong>cer anterior. <strong>El</strong> del <strong>martillo</strong>. Porque con<br />

un solo golpe de <strong>la</strong> <strong>hoz</strong> podía terminar todo. Recto hasta el cuello,<br />

de un solo tajo. Y sin el riesgo de resba<strong>la</strong>rse. Sin un segundo<br />

golpe. Para que Fello no dijera. Que lo contaran después. Que se<br />

dijeran viste eso, un solo tajo. Para que eso dijeran. Uno solo.<br />

Cortó los tallos como cuellos. Y los cuellos podían ser tomados<br />

como tallos si era preciso no pensar en que de un cuello se trataba.<br />

Por si al final, en el último segundo, le fal<strong>la</strong>ban <strong>la</strong>s fuerzas.<br />

Volvió a preguntar Sandra qué haces. Y él dijo nada, estos<br />

plátanos enfermos, cortarlos es preciso. <strong>El</strong><strong>la</strong> no quiso ver. No le<br />

gustó, seguro. Por lo del filo y el corte rápido. Algo que se inter-<br />

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