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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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LITERATURA POLICIAL<br />

él sabe bien que es policía aunque se disfrace de hombre malo, dio<br />

<strong>la</strong> orden de escapar. Una cueva. Uno de esos refugios que se construyeron<br />

porque ya venía <strong>la</strong> guerra y luego, cuando se quedaron<br />

con <strong>la</strong>s ganas de jugar a los soldados, como le explicó en voz baja<br />

a su madre <strong>la</strong> maestra, han quedado para meaderos y cagaderos<br />

popu<strong>la</strong>res. Una cueva que le permitiría sanar sus huesos y su<br />

cabeza para seguir en busca de <strong>la</strong> virgen mi<strong>la</strong>grosa; unos huesos<br />

que se joroban y una cabeza que se vuelve un espantajo delirante<br />

por los golpes y <strong>la</strong> obsesión de <strong>la</strong> memoria. Él presiente que una<br />

cueva puede ser <strong>la</strong> salvación; pero en el pueblo no hay ninguna,<br />

no importa, porque el hombre malo, que él sabe que es un policía,<br />

ya se ha ido.<br />

¿Se fue o eran de nuevo <strong>la</strong>s musarañas de sus pensamientos?<br />

¡Qué furia cuando <strong>la</strong> maestra dice que todo es un invento de su<br />

mente, unos bichos que le nub<strong>la</strong>n su inteligencia! Él los ha visto,<br />

son unos verdugos con <strong>la</strong> cara triste, no han encontrado novia y<br />

aún se orinan en los pantalones. Unos verdugos que no se dejan<br />

montar por el hombre de <strong>la</strong>s esposas y <strong>la</strong> pisto<strong>la</strong>, que se pone<br />

bravo y les apunta; pero no dispara, sino que se vuelve para<br />

atorarle <strong>la</strong> frase en el oído:<br />

—Macho… así, macho.<br />

Pero no, <strong>la</strong> maestra tiene razón. La maestra es buena. Son los<br />

bichos. No hay nadie en <strong>la</strong> calle, no está el hombre de <strong>la</strong>s esposas<br />

y <strong>la</strong> pisto<strong>la</strong> para detenerlo. Puede caminar sin prisa, cuando lo<br />

hace <strong>la</strong>s musarañas se espantan.<br />

Silba una tonada y recuerda a su madre, que regresó con <strong>la</strong> paz<br />

de todas <strong>la</strong>s virgencitas juntas. Su niño estaba a salvo, <strong>la</strong> virgen<br />

hacía el mi<strong>la</strong>gro: una vida por <strong>la</strong> otra. Lo abraza, pero él no <strong>la</strong><br />

reconoce. Está muy fea su madre con los huesos jorobados. Y<br />

loca, muy loca.<br />

Esas piedras. Los amigos le tiran piedras a <strong>la</strong> loca del pueblo.<br />

Él también tira, tira con todas sus fuerzas. No quiere ver en esos<br />

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