El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada
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LITERATURA POLICIAL<br />
en <strong>la</strong> acera y volvió a subir <strong>la</strong> vista hasta tocar <strong>la</strong> punta del campanario.<br />
No quiso seguir pensando en <strong>la</strong> cara conocida.<br />
Acostumbraba a cambiar de iglesia. Todos los párrocos terminaban<br />
confidentes de <strong>la</strong> policía. Quería liberarse. Confesaba el crimen<br />
no cometido aún y el cura de turno, aunque fingiera parsimonia,<br />
se sobresaltaba con <strong>la</strong> noticia y <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras olorosas ya a<br />
muerte: Padre, debo matar a un desdichado, y a pesar del pecado<br />
mi alma se mantiene limpia, no hay rencor y ya estoy arrepentido.<br />
He sido elegido para mandar malos espíritus al infierno, ¿comprende?,<br />
un trabajo común, como carpintero o abogado. Ya recé<br />
varios Padre Nuestro y un Ave María. ¿Me absuelve? Absolvía, y<br />
salía disparado para <strong>la</strong> estación de los polis. Trompetas, traidores<br />
de sus juramentos. En <strong>El</strong> Sagrado Corazón encontró tolerancia, <strong>la</strong><br />
voz amable, <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras piadosas del párroco, que no fue directo<br />
a los fianas sino a su casa. Quiso comprobar su integridad, el<br />
aguante, y repitió una vez más <strong>la</strong> reve<strong>la</strong>ción criminal, <strong>la</strong>s mismas<br />
frases, y <strong>la</strong> actitud no cambió. Entonces decidió elegirlo confesor<br />
espiritual, sin fiarse del todo. Mantenía discreción y se transformaba<br />
en cada visita: a veces barba y gabán, a veces afeitado y<br />
sombrero, o gafas y bigote. La re<strong>la</strong>ción fluía natural, a través del<br />
confesionario.<br />
Caminaba comedido, como acostumbrándose a <strong>la</strong> idea.<br />
Llevaba <strong>la</strong> mano izquierda en el abrigo, el papelito apretado dentro.<br />
Entró a una florería. Llevar flores estaría bien, lo precisaban<br />
<strong>la</strong>s ocasiones especiales. Compró doce girasoles pensando en los<br />
doce apóstoles. Un girasol a cada mediador y todo resuelto. ¿Bajo<br />
qué santo había nacido? San Felipe Neri, confesor, un santo<br />
pequeño, olvidado.<br />
Miró <strong>la</strong>s flores comp<strong>la</strong>cido. Le seguía picando <strong>la</strong> garganta,<br />
pidiéndole a gritos el trago fuerte. La garganta o el miedo, porque<br />
inexplicablemente comenzó a sudar algo desmedido. ¿Miedo a<br />
quién? A Dios quizá. Lo probaba, quería verlo dudar, desfallecer.<br />
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