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El martillo y la hoz y otros cuentos - Isliada

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CIENCIA FICCIÓN<br />

cuando no hay extranjeros mirando. Y te repito, lo que a nos<strong>otros</strong><br />

nos vira al revés a ellos los deja fríos, y lo que a ellos les da<br />

asco a nos<strong>otros</strong> nos parece natural.<br />

—Eso es racismo, mi hermano. Tú nunca me has dicho nada<br />

ni me has hecho una mierda, pero parece que a los chinos no los<br />

llevas tan bien como a los negros.<br />

—Lo de racismo es re<strong>la</strong>tivo; si tú vieras lo que ellos dicen de<br />

los extranjeros —Sergio se llevó <strong>la</strong>s manos a <strong>la</strong> nuca—. Mira, no<br />

digo que sean peores ni mejores, ni que haya que tratarlos así ni<br />

asá, ni mucho menos echarlos a los perros. Es sólo que en negocios<br />

grandes, donde <strong>la</strong> gente ni siquiera tiene <strong>la</strong> decencia o <strong>la</strong><br />

moral de su cultura, sí conserva <strong>la</strong> ma<strong>la</strong> entraña; y <strong>la</strong> de ellos es<br />

diferente a <strong>la</strong> nuestra.<br />

Quedaron en silencio, cavilosos, como atrapados. Los cuatro<br />

estuvieron así por unos minutos, hasta que de repente irrumpió<br />

en <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> el anfitrión.<br />

—No me lo van a creer —dijo Pedro con azoro—. Hay una<br />

gente atacando el edificio.<br />

Fernando, Samuel y Julio levantaron simultáneamente <strong>la</strong> vista<br />

hacia Pedro; Sergio resopló y se encogió de hombros sin alzar <strong>la</strong><br />

vista.<br />

—¿Cómo? —preguntó Samuel—. ¿Atacando?<br />

—¡Pero qué es esto! –dijo Fernando—. ¿Adónde va a parar<br />

este país?<br />

—Tengan calma —dijo Pedro—, el edificio es imposible de<br />

penetrar. Además, tenemos una nueva sorpresa para intrusos;<br />

china, por más señas.<br />

<strong>El</strong> puño izquierdo del saco de Cheng emitió un leve zumbido<br />

que más que ruido era cosquil<strong>la</strong>, sacándolo de su ensimismada<br />

observación de <strong>la</strong> Bahía.<br />

Cheng frotó el índice de <strong>la</strong> mano derecha en <strong>la</strong> te<strong>la</strong> del puño y<br />

esta se cubrió de cuadros de líneas luminiscentes, que a su vez se<br />

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