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Sección Segunda: Los Actores del Conflito - DHnet

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PRIMERA PARTE SECCIÓN SEGUNDA CAPÍTULO 1<br />

hallaban los amotinados— y, sin abordar aspectos específicos de la planificación <strong>del</strong> operativo, ordenó a la GR<br />

que asumiera la realización de la intervención (Ames 1988). Finalmente, ante la presión <strong>del</strong> Gobierno, que<br />

exigía rapidez en la debelación <strong>del</strong> motín, y problemas en la coordinación entre el mismo y el CCFuerzas Armadas,<br />

se envió a un grupo de GR sin la preparación debida (Ames 1988: 262-263).<br />

Luego de una sucesión de acontecimientos en la que se evidenció un desorden generado por el apresuramiento<br />

y la falta de preparación (incluyendo falta de claridad sobre quién era el responsable <strong>del</strong> operativo), la<br />

intervención de los republicanos no dejó sobrevivientes. Después de enfrentar a los elementos armados <strong>del</strong><br />

PCP-SL y dar muerte alrededor de veinte o treinta de ellos, los agentes de la GR ejecutaron a los internos que<br />

no murieron en el combate y dejaron un total de 124 fallecidos. Una vez producida la matanza, no se permitió<br />

el ingreso de autoridades civiles al recinto penitenciario. Con investigaciones posteriores, se confirmaron las<br />

violaciones a los derechos humanos en las que se incurrieron.<br />

La magnitud de este hecho, empero, no debe hacernos olvidar los precedentes que evidenciaban la propensión<br />

de los GR a hacer un uso excesivo de fuerza en debelaciones y requisas, por un lado; y, por otro, la<br />

situación crítica que, desde años atrás, arrastraban los penales. Estos factores juntos hacían prever las trágicas<br />

consecuencias de una incursión armada sin una dirección y planificación adecuadas.<br />

No era la primera vez que la intervención de la GR en la debelación de motines en cárceles —de presos comunes<br />

como de acusados de terrorismo— o en la organización de requisas dejaba resultados lamentables: un<br />

número innecesariamente alto de muertos y heridos. Algunos hechos de gran repercusión pública habían tenido<br />

lugar en años anteriores. Uno de los más recordados —las imágenes fueron transmitidas en directo por televisión—<br />

fue la matanza de presos comunes en el penal de El Sexto en abril de 1984, en la que murieron veinte<br />

personas como consecuencia <strong>del</strong> operativo policial. Por otro lado, se tenía ya el precedente de la muerte de treinta<br />

reclusos vinculados al PCP-SL durante una requisa de armas efectuada por la GR en el mismo CRAS de Lurigancho<br />

el 10 de octubre de 1985. Sobre el hecho, circularon versiones contradictorias que dejaban abierta la posibilidad<br />

de que los guardias republicanos hubiesen disparado al cuerpo a los reclusos. 257 En general, estos hechos<br />

alertaban ya sobre un grave problema en la actuación policial en intervenciones de este tipo. En general, la práctica<br />

policial usual de la GR —instituto policial más militarizado— en las cárceles tenía también un componente<br />

represivo importante con un uso frecuente de fuerza innecesaria. 258 La tradición represiva para solucionar conflictos<br />

que no era exclusiva de nuestro país —por entonces no era raro que los motines carcelarios terminaran en<br />

matanzas también en otros países como, por ejemplo, Brasil— y que, por estar dirigida contra sectores de la población<br />

criminalizados, 259 no despertaban necesariamente la indignación pública. En Lurigancho de 1986, lo que<br />

se observa es, fundamentalmente, un cambio significativo en la escala numérica de las víctimas, en la magnitud<br />

de la violación. Pero lo cierto es que, a pesar <strong>del</strong> impacto público que tuvo este hecho, una matanza también<br />

importante (aunque no de tales proporciones) se repetiría en el penal de Castro Castro en mayo de 1992. 260<br />

Por otro lado, cabe llamar la atención hacia la grave situación que se venía acumulando en las prisiones<br />

debido a las precarias condiciones carcelarias que debían soportar los reclusos —situación que se convirtiera<br />

en objeto de debate público por lo menos desde 1981—, así como el control casi absoluto por elementos <strong>del</strong><br />

PCP-SL de los pabellones que ocupaban.<br />

Ya en 1981, los responsables <strong>del</strong> Ministerio de Justicia <strong>del</strong> gobierno de AP encontraron una situación carcelaria<br />

crítica, debido al hacinamiento extremo de los reclusos y las precarias condiciones de vida en los penales,<br />

entre otros factores. Sin embargo, lejos de revertir completamente este proceso de deterioro, la situación se<br />

haría más compleja por la inacción gubernamental 261 y el comportamiento peculiar de los reclusos pertenecientes<br />

al PCP-SL, quienes hicieron de las cárceles sus luminosas trincheras de combate. En efecto, los senderistas<br />

presos llegaron a tener niveles increíbles de autonomía en los penales que, en la práctica, significaron un<br />

control casi absoluto de ellos a la vista y paciencia de las autoridades penitenciarias, de la GR o junto con al-<br />

257 Durante la requisa, se produjo un incendio. Entre otras temas, se especulaba sobre la responsabilidad de la GR en su provocación o su<br />

no extinción. Para mayores detalles, véase Ames (1988); Desco. Resumen Semanal, 337, 4-10 de octubre de 1985.<br />

258 Véase, por ejemplo, Renshaw (1985) para referencia sobre su actuación durante las requisas a presos comunes en las que también se<br />

incurría en malos tratos y tortura.<br />

259 <strong>Los</strong> más pobres y marginados de la sociedad<br />

260 Véase el estudio <strong>del</strong> caso en el tomo VII.<br />

261 Al respecto, véase el subcapítulo sobre Acción Popular en el tomo III.<br />

TOMO II PÁGINA 126

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