Sección Segunda: Los Actores del Conflito - DHnet
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PRIMERA PARTE SECCIÓN SEGUNDA CAPÍTULO 1<br />
tar es, por lo general, muy complicada, no es una consecuencia automática de cualquier declaración o acción<br />
de un oponente, por más agresivo que sea su comportamiento. Especialmente difícil es tomar tal decisión<br />
cuando se trata de un conflicto armado interno. El presidente Belaunde tenía que considerar las posibles<br />
consecuencias políticas, sociales y humanitarias. En la decisión sobre cuándo es oportuno emplear la<br />
fuerza de las armas para enfrentar una amenaza, no sólo pesa el comportamiento <strong>del</strong> enemigo, sino también<br />
otros asuntos como qué sacrificios, esfuerzos, trastornos o cambios en la vida <strong>del</strong> país están implicados<br />
en la estrategia que se adopta, y cuál es el objetivo estratégico al que se dirigen los esfuerzos nacionales.<br />
Ninguna de estas preguntas tenía respuesta clara en ese momento.<br />
Cuando tomó la decisión, Belaunde aprobó un plan de campaña para combatir militarmente a las «guerrillas»,<br />
pero no convocó un esfuerzo integral de todos los sectores <strong>del</strong> Estado y la sociedad. El Comando Conjunto<br />
de las Fuerzas Armadas dio las órdenes correspondientes, pero su estrategia no respondió a la verdadera<br />
estrategia <strong>del</strong> PCP-SL, que consistía en aislar <strong>del</strong> resto <strong>del</strong> país a la población local y enfrentarla a las<br />
Fuerzas Armadas. El resultado fue que se intentó pelear y ganar una guerra interna al margen <strong>del</strong> país, una<br />
guerra sólo reconocida a medias, sin el amplio apoyo <strong>del</strong> Poder Legislativo que corresponde a estos casos, sin<br />
adecuada política de imagen, sin plan político alguno para ganar el apoyo de la población de las zonas afectadas<br />
y sin medidas ciertas para evitar violaciones a los derechos humanos. La explicación de estos errores está<br />
en las contradicciones internas <strong>del</strong> Estado peruano y en la indiferencia irresponsable de la sociedad peruana<br />
ante el sufrimiento de los pobladores de Ayacucho, Huancavelica y Apurímac. Éstos, así como soportaron<br />
pobreza y abandono por siglos, así tuvieron que soportar que se peleara en sus pueblos y campos una guerra<br />
que, según los planes oficiales, debía acabar sin mayores consecuencias para el país.<br />
3.1.1. La decisión política de enfrentar a la subversión con una campaña militar<br />
<strong>Los</strong> primeros dos meses de la declarada «guerra popular prolongada <strong>del</strong> campo a la ciudad» transcurrieron<br />
antes de la transferencia <strong>del</strong> mando, bajo el llamado Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas, cuya<br />
Junta Militar había ratificado como Presidente de la República a Francisco Morales Bermúdez. Está claro que<br />
el gobierno militar no reconoció la gravedad de la amenaza representada por el PCP-SL. En todo caso, consideró<br />
más importante la transferencia <strong>del</strong> gobierno a los civiles, proceso que se dificultaba si se emprendía al<br />
mismo tiempo una campaña militar contra un enemigo interno. Además, en los años setenta, eran muchos los<br />
grupos políticos de izquierda que se planteaban la posibilidad de la lucha armada. No era fácil distinguir si<br />
alguno de ellos, y cuál, había empezado a dar pasos firmes en esa dirección. Según el relato de un alto mando<br />
militar de esa época, el gobierno militar puso al tanto de las amenazas internas a los dos principales grupos<br />
políticos de la Asamblea Constituyente, el Partido Aprista Peruano (PAP) y el Partido Popular Cristiano<br />
(PPC), con cuyos líderes —Haya de la Torre y Bedoya Reyes, respectivamente— se acordó por consenso dar<br />
prioridad a la transferencia. Según esta misma fuente, a poco de iniciado el gobierno de Belaunde, el alto<br />
mando militar propuso una reunión con un grupo de ministros para presentarles las apreciaciones de inteligencia<br />
sobre las amenazas internas. Esta reunión tuvo lugar en agosto de 1980, con la participación de los<br />
ministros Osterling, de la Jara, Grados y Alarco. Estas apreciaciones, preparadas por los servicios de inteligencia<br />
de las Fuerzas Armadas, fueron expuestas por el coronel Marquesi.<br />
La parsimonia con que se trató el asunto se explica en el contexto de las convicciones ideológicas <strong>del</strong> momento.<br />
Muchos altos oficiales de las Fuerzas Armadas se habían desempeñado como políticos durante la década<br />
<strong>del</strong> Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas y creían que la reforma agraria que habían hecho bastaba<br />
para eliminar, desde sus causas, la aparición de guerrillas. Recuérdese que, en esos años, la reforma agraria continuaba<br />
siendo un objetivo de las guerrillas de América Central. No obstante, Morales Bermúdez no se consideraba<br />
un revolucionario, pertenecía a la corriente «institucionalista» que desplazó al general Velasco en 1975 y<br />
que planteó el retorno a la democracia. Dos objetivos principales guiaban a su gobierno: entregar el poder a un<br />
gobernante elegido y obtener para las Fuerzas Armadas una posición firme e influyente dentro <strong>del</strong> nuevo orden<br />
constitucional. El consenso entre los militares ex gobernantes era que el cambio social más importante, la reforma<br />
agraria, ya había sido logrado, y que el regreso a la democracia permitiría sobrellevar mejor las oleadas de<br />
huelgas y nuevos movimientos populares de izquierda. La única actividad militar dirigida a la hipótesis de subversión<br />
fue la formación de una unidad contrasubversiva dentro de cada división de infantería, lo cual se hizo<br />
con los manuales y experiencia de los años sesenta. Durante el cambio de gobierno, los militares se aseguraron<br />
conservar un amplio margen de decisión y acción en lo que a la política de defensa se refiere. Fue muy sonada<br />
TOMO II PÁGINA 172