Sección Segunda: Los Actores del Conflito - DHnet
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LOS ACTORES ARMADOS<br />
<strong>del</strong> país, sobre todo en Lima, demostraban capacidad de acción puntual. <strong>Los</strong> subversivos abandonaban sin<br />
problemas los lugares donde habían hecho presencia y dejaban a su suerte a los pobladores que, bajo amenaza,<br />
en muchos casos los habían apoyado. En otras palabras, no buscaban el dominio militar. Ello se explica<br />
porque el PCP-SL no se proponía garantizar ningún conjunto de derechos básicos, su poder consistía únicamente<br />
en la acumulación de fuerzas para realizar su proyecto político de larguísimo plazo.<br />
El objetivo militar clásico de establecer el dominio o el absoluto monopolio de la violencia en un determinado<br />
territorio es derivado <strong>del</strong> objetivo político de establecer un estado de derecho, lo cual es una característica<br />
esencial de los Estados modernos. Esto no interesó en ningún momento al PCP-SL. Su «justicia revolucionaria»<br />
era sumamente autoritaria y arbitraria; respondía a la finalidad de demostrar el poder <strong>del</strong> partido. Ahora bien, el<br />
sistema policial y penal <strong>del</strong> Estado no tenía suficiente presencia en las zonas donde el PCP-SL empezó sus actividades<br />
y no pudo desarticular la organización clandestina, aunque sus acciones sólo producían más inestabilidad,<br />
incertidumbre y pobreza para la población. Ello se explica porque la policía y el Poder Judicial sólo pueden<br />
actuar allí donde están dadas ciertas condiciones sociales mínimas. Para que la policía pueda actuar, la sociedad<br />
tiene que estar estructurada en cierto grado según derechos iguales para todas las personas y éstas tienen que<br />
contar con el recurso a la policía y al Poder Judicial para reforzar esos derechos cuando sean desafiados. Éste es<br />
un rasgo distintivo de una sociedad civil, el predominio de las relaciones de derecho igualitario. Por eso no hay<br />
policía en una sociedad feudal, sólo milicias <strong>del</strong> gobernante. El PCP-SL logró, en 1982, destruir pronto los escasos<br />
avances <strong>del</strong> estado de derecho en los Andes centrales y empezó a prosperar como un poder local pese a no<br />
ofrecer ningún estado de derecho alternativo. En esto consistía la situación gravísima que afrontaba el Estado<br />
peruano. Bajo los golpes de una agrupación terrorista, colapsaron las precarias estructuras jurídicas e institucionales<br />
modernas en un amplio territorio <strong>del</strong> interior <strong>del</strong> país. No era el caso que una fuerza militar enemiga estuviera<br />
imponiendo a la población una jurisdicción distinta, como en las provincias que Chile ocupó en la Guerra<br />
<strong>del</strong> Pacífico. El PCP-SL no establecía ningún orden jurídico igualitario. Quienes estaban con el partido lo podían<br />
todo y quienes estaban contra él no tenían derecho a nada.<br />
¿Qué puede hacer un ejército para convertir a la población bajo su dominio en una sociedad civil? ¿Cómo<br />
luchar contra los enemigos de los derechos civiles que se ocultan en un medio social donde el común de la gente<br />
no conoce ni ejerce esos derechos? La decisión de encargar a las Fuerzas Armadas el control <strong>del</strong> orden interno en<br />
la zona de emergencia se hizo sin claridad ni estudio sobre la especial dificultad de esta misión. Es obvio que no<br />
se trataba de ocupar militarmente la zona. Las bases militares existentes en la zona antes de establecido el control<br />
militar <strong>del</strong> orden interno nunca fueron atacadas por el PCP-SL, ni tampoco los transportes ni el personal<br />
militar, por más que quedaran eventualmente en situación vulnerable. Tampoco se trataba de proteger o reinstaurar<br />
un sistema policial, judicial e institucional desbordado por las acciones de una agrupación criminal pero<br />
requerido por la población, porque ese sistema ya no funcionaba como tal, si alguna vez lo hizo. De tener escasa<br />
presencia había pasado en un año a no tener ninguna y a limitarse a reprimir y perseguir las acciones <strong>del</strong> PCP-<br />
SL. La misión real de las Fuerzas Armadas era mucho más extraña y difícil: era poner las condiciones para el<br />
surgimiento de un estado de derecho allí donde no las había, es decir, posibilitar que se genere en la población la<br />
conciencia de tener derechos básicos y de pertenecer a un Estado que los garantiza, y, para ello, eliminar a la<br />
organización empeñada en destruir todo asomo de esa conciencia, el PCP-SL. Como se ve, las responsabilidades<br />
encargadas a las Fuerzas Armadas en el momento en que el Presidente dispone que «asuman el control <strong>del</strong> orden<br />
interno» son desmesuradas en comparación con sus prerrogativas (Degregori y Rivera 1993: 9-10). Poner las<br />
condiciones para el imperio de la ley y para que pueda funcionar un sistema policial y judicial supone una acción<br />
integral <strong>del</strong> Estado, no sólo conquistar por las armas el dominio territorial. Si este gran objetivo se encarga<br />
exclusivamente a las Fuerzas Armadas, se entiende que ellas tienen que dirigir y organizar esa acción integral, la<br />
cual incluirá desarrollo económico, educativo, institucional, normativo.<br />
Belaunde tenía temores fundados sobre la tendencia a reconstruir el poder político de los militares que esta<br />
decisión reanudaba. Que las Fuerzas Armadas fueran a promover el desarrollo económico, a educar y a dar<br />
derechos a las personas era en ese momento tan falso como lo fue durante toda la década pasada. Iban a patrullar,<br />
encañonar y disparar, iban a matar en nombre de la Patria, tal como lo había advertido Cisneros. Belaunde<br />
asumió la responsabilidad de mantener la misión de las Fuerzas Armadas limitada estrictamente al<br />
plano bélico, esperando así que no se repitiera la ilusión militarista de la década anterior. De hecho, el retraso<br />
de las capacidades civiles, especialmente de los partidos políticos, podía atribuirse en ese momento a la misma<br />
dictadura militar, la cual tuvo a Belaunde doce años desterrado. El movimiento Cooperación Popular<br />
TOMO II PÁGINA 177