Sección Segunda: Los Actores del Conflito - DHnet
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PRIMERA PARTE SECCIÓN SEGUNDA CAPÍTULO 1<br />
En el frente Huallaga, este proceso había empezado 16 meses antes con la rendición de la base policial de<br />
Uchiza ante columnas narcoterroristas y el ingreso <strong>del</strong> general EP Alberto Arciniega como jefe político militar<br />
<strong>del</strong> frente. Las bases policiales fueron desactivadas y se instalaron numerosas bases militares. Quedaron policías<br />
sólo en algunos puntos y en calidad de fuerzas auxiliares de las Fuerzas Armadas. Llegado Fujimori al<br />
poder y alejado Arciniega de la zona, la red de informantes que había desarrollado antes la DIGIMIN fue integrada<br />
al Servicio de Inteligencia <strong>del</strong> Ejército bajo control <strong>del</strong> SIN. Esto implicó que los oficiales G-2 y G-3 <strong>del</strong><br />
frente Huallaga (operaciones especiales e inteligencia) de pronto se convirtieron en enlaces entre el SIN y una<br />
red de agentes encubiertos muy familiarizados con el narcotráfico. En esas circunstancias, era casi inevitable<br />
para ellos verse implicados en operaciones de apoyo al narcotráfico.<br />
Así se produjo en 1991 una situación paradójica. Mientras Fujimori negociaba intensamente con los Estados<br />
Unidos para recibir ayuda militar y el Departamento de Estado insistía ante el Congreso norteamericano<br />
en la necesidad de ayudar militarmente al Perú para «reducir el flujo de narcóticos hacia los Estados Unidos»,<br />
Montesinos y Hermoza Ríos monopolizaban la presencia <strong>del</strong> Estado en el alto Huallaga, propiciando la corrupción<br />
total <strong>del</strong> alto mando militar peruano y <strong>del</strong> personal destacado en dicha zona. Ese doble juego fue<br />
eclipsado por otro peor, el golpe de Estado <strong>del</strong> 5 de abril. Así como los criminales avezados obligan a las personas<br />
a colaborar con ellos en ciertos crímenes bajo la amenaza de hacerlas víctimas de crímenes aun peores,<br />
así también obligó Fujimori a la comunidad internacional a sobrellevar el control directo <strong>del</strong> narcotráfico por<br />
el SIN, bajo la amenaza de aniquilar irreversiblemente las débiles instituciones democráticas peruanas. Cuando<br />
Fujimori entró en negociaciones sobre el retorno a un régimen constitucional, los observadores internacionales<br />
se sintieron aliviados y muchos opositores políticos se aprestaron a aprovechar con entusiasmo el pequeño<br />
espacio democrático recuperado. Así quedó establecido sin discusión pública nacional ni internacional<br />
el control monopólico <strong>del</strong> SIN y las Fuerzas Armadas sobre la lucha contra el narcotráfico.<br />
A más tardar en enero de 1992 se había reanudado en Uchiza el pago de cupos a las bases contrasubversivas<br />
(BCS). Cada jefe de BCS recibía 2,000 dólares por cada vuelo que despegaba de la pista controlada por la<br />
base. Otro tanto recibían el alcalde, el gobernador y el frente cocalero. Simultáneamente se pagaba también al<br />
PCP-SL y a la base policial de Santa Lucía. En otras palabras, todos los actores de la zona que tenían capacidad<br />
para afectar el narcotráfico recibían cupos regularmente. En la base militar, el cupo se repartía en forma<br />
proporcional, cantidades mayores a los oficiales y menores a los subalternos. Una parte se reservaba para<br />
alimentación, otra eventualmente para combustible y mejoras de las instalaciones. 626<br />
Esta «financiación» se quiso justificar torpemente con el concepto de contrainteligencia, que permite usar<br />
recursos y personal <strong>del</strong> enemigo para combatirlo. Es usual que esto lo practiquen los agentes infiltrados y los<br />
agentes dobles para cumplir con su misión de espionaje, sabotaje o contrainteligencia, cuando están aislados<br />
por haber penetrado profundamente en el campo enemigo. Entonces tiene que utilizar los medios <strong>del</strong> enemigo<br />
contra el enemigo mismo. Pero en el caso de la financiación de las BCS <strong>del</strong> Huallaga, el efecto concreto es<br />
que ellas resultaron instrumentalizadas por el narcotráfico.<br />
De todas formas, hay que precisar que las bases sólo recibían cantidades menores de dinero. <strong>Los</strong> oficiales<br />
pagaban para ser destinados allí y su mayor expectativa era recibir una parte proporcional <strong>del</strong> cupo que cada<br />
vuelo pagaba a la base. La excepción fue un oficial que llegó a mercar directamente con la droga e hizo sus propios<br />
embarques a Colombia. En resumen, en 1992, las Fuerzas Armadas y el SIN, únicos agentes <strong>del</strong> Estado responsables<br />
de combatir el narcotráfico, permitieron que las mismas bases militares le prestaran servicios y facilidades,<br />
en vez de combatirlo, a cambio de módicas sumas que permitían incrementar la presencia militar en la<br />
zona. Así estuvieron dadas las condiciones para que el narcotráfico acumulara ganancias, invirtiera y se expandiera.<br />
Jefe <strong>del</strong> frente Huallaga era en ese tiempo el general EP Ríos Araico, quien llegó a admitir, cuando fue<br />
procesado por narcotráfico junto con la mayoría de sus oficiales, que el rancho y otros gastos semejantes se mejoraban<br />
con esos dineros. Las pistas asociadas a bases llegaron a ser 18 y la más importante, la de Campanilla, fue<br />
usada por unos 280 vuelos. Durante 1992, cuando el narcotráfico medraba, el Comando Conjunto y el SIN dejaron<br />
hacer y pasar esas actividades, mientras su red de inteligencia los mantenía al tanto de esa expansión. 627<br />
626 Véase el subcapítulo «Narcotráfico, conflicto armado interno y corrupción» en el tomo V de este Informe.<br />
627 Véase el importante informe de inteligencia <strong>del</strong> agente SIE «Chanamé» en el subcapítulo «Narcotráfico, conflicto armado interno y<br />
corrupción» en el tomo V.<br />
TOMO II PÁGINA 242