Volumen VI – Psicopatología de la vida cotidiana (1901
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opuesto <strong>de</strong> <strong>la</strong> calle un bonito cuadro; le entró el repentino<br />
<strong>de</strong>seo <strong>de</strong> poseerlo como adorno para el cuarto <strong>de</strong> los niños,<br />
y por eso quiso comprarlo enseguida: entonces fue en línea<br />
recta hacia el comercio sin prestar atención a <strong>la</strong> calle, tropezó<br />
con el montón <strong>de</strong> piedras y cayó dándose en pleno rostro<br />
contra <strong>la</strong> pared <strong>de</strong> una casa, sin hacer el menor intento<br />
por protegerse con <strong>la</strong>s manos. Al punto olvidó su <strong>de</strong>signio<br />
<strong>de</strong> comprar el cuadro, y a toda prisa regresó a casa. — "Pero,<br />
¿por qué no miró usted mejor?", le pregunté. — "Y<br />
bien —replicó—, quizá fuera un castigo. . . a causa <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />
historia que ya le he referido a usted en confianza". — "¿Es<br />
que todavía esa historia sigue martirizándo<strong>la</strong> hasta ese punto?".<br />
— "Sí... Después lo he <strong>la</strong>mentado mucho; me he<br />
hal<strong>la</strong>do ma<strong>la</strong>, criminal e inmoral, pero en aquel tiempo estaba<br />
casi loca por mi nerviosismo".<br />
»Se trataba <strong>de</strong> un aborto que el<strong>la</strong>, <strong>de</strong> acuerdo con su<br />
marido (ya que <strong>de</strong>bido a su situación pecuniaria ninguno<br />
<strong>de</strong> los dos quería tener más hijos), se hizo practicar por<br />
una curan<strong>de</strong>ra y que <strong>de</strong>bió llevar a su término un médico<br />
especialista.<br />
»"A menudo me hago el reproche: '¡Pero si has hecho<br />
matar a tu hijo!'. Y me angustiaba pensar que una cosa así<br />
no podía quedar sin castigo. Ahora que usted me ha asegurado<br />
que no me ocurre nada malo en los ojos, quedo totalmente<br />
tranqui<strong>la</strong>: <strong>de</strong> todos modos ya he sido suficientemente<br />
castigada".<br />
»Entonces este acci<strong>de</strong>nte fue una autopunición <strong>de</strong>stinada,<br />
por una parte, a expiar su fechoría, pero, por <strong>la</strong> otra, a evitar<br />
un castigo <strong>de</strong>sconocido, quizá mucho mayor, ante el cual<br />
durante meses había tenido continua angustia. En el instante<br />
en que el<strong>la</strong> se aba<strong>la</strong>nzó sobre aquel comercio para<br />
comprar el cuadro, <strong>la</strong> avasalló el recuerdo <strong>de</strong> esa historia<br />
junto con todas sus aprensiones, historia que quizá ya se<br />
había movido con fuerza bastante en su inconciente mientras<br />
el<strong>la</strong> hacía aquel<strong>la</strong> advertencia a su marido; bien pudo<br />
haber hal<strong>la</strong>do expresión en un texto como este: "Pero, ¿para<br />
qué necesitas un adorno en el cuarto <strong>de</strong> los niños tú, que<br />
has hecho matar a tu hijo? ¡Eres una asesina! ¡Ahora te toca<br />
el gran castigo!".<br />
»Este pensamiento no le <strong>de</strong>vino conciente, pero en cambio<br />
el<strong>la</strong> aprovechó <strong>la</strong> situación, en ese momento que yo<br />
l<strong>la</strong>maría psicológico, para utilizar en su autopunición, como<br />
inadvertidamente, aquel montón <strong>de</strong> piedras que le pareció<br />
idóneo; por eso ni siquiera extendió <strong>la</strong>s manos al caer y por<br />
eso tampoco <strong>la</strong> asaltó un susto violento. El segundo <strong>de</strong>terminismo,<br />
aunque probablemente menos importante, <strong>de</strong> su<br />
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