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CAPÍTULO XI.lalidad, ha ganado ya un premio, y es necesario que cada uno tengasu vez.» Mas apenas hubo dicho estas palabras, un incidenteinesperado cambió el aspecto del combate.Entre los caballeros de la cuadrilla del Desheredado había uncampeón cubierto de negra armadura , montado en un caballo negro,alto, robusto, y según todas las apariencias, fuerte y poderoso.Este combatiente, que no llevaba mote en el escudo, había tomadohasta entonces poca parte cu la pelea. Es cierto que habíacencido con aparento facilidad y soltura á los que le habían atacado: pero sin aprovecharse de sus ventajas, y sin atacar á ningunode los de la cuadrilla opuesta. En fin, mas bien parecía espectadorque combatiente: por lo cual, y por el color de sus armas \ caballo,ios concurrentes le habían dado el nombre de El Negro ¡rollazan.Al ver á su cuadrillero en trance tan apurado, este desconocidosalió de pronto de su inacción, y arrimando espuelas al caballo queestaba descansado y fresco, se lanzó raudo á la pelea, gritando convoz semejante;'; la del clarín: «Aellos, Desheredado.:) Oportunísimofué en verdad su socorro, porque mientras el Desheredado estrechabaá Brian de Bois-Guilbert, Frente-de-buey alzó contra élla espada, mas antes que descargase el golpe, el Holgazán le asestóuno tan terrible, que ginete y caballo se desplomaron al suelo. Enseguida, volvió riendas á Ooningsburgh; y habiéndosele roto la espadaen su encuentro con el normando, arrancó de las manos delsajón el hacha, y lanzándosela á la cabeza le arrojó al suelo sin sentido.Terminadas estas dos proezas, por las que recibió infinitosaplausos de los sorprendidos espectadores, volvió á su primera intolencia,se arrimó á un lado de las barreras, y dejó al Desheredadoque se las hubiese á solas con el caballero del Temple. Mas suposición no (¡ra tan crítica como al principio. El caballo de Brianhabía perdido mucha sangre y no pudo resistir á los golpes de suantagonista. Brian cayó al suelo sin poder desembarazar el pié delestribo. Entonces el Desheredado saltando del caballo, le mandóque se rindiese ; pero el príncipe Juan, compadecido de la peligrosasituación del Templario , mas que lo había estado de la de sumemigOj le evitó el bochorno de confesarse vencido, y arrojando;l bastón á la palestra puso fin á la batalla.De esta solo habia quedado aquel combate particular entre ioslos caudillos; porque de los pocos caballeros que habían pernoane-.ijj

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