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194 IVANHOK.llamase la vocación divina, sino solo para preservar su honor deaquellos hombres perversos y desbocados.Tales eran las costumbres licenciosas de aquella era, si hemos dedar crédito á la declaración de todo el clero inglés; y nada masañadiremos para justificar la probabilidad de las escenas que hemosreferido y de las que vamos á referir, con el apoyo, no tan respetablecomo el que acabamos de citar , del Cronicón que nos sirve dfguiaCAPÍTULOXXIV.Mientras ocurrían las escenas que acabamos de describir en diferentespartes del castillo , la judía Rebeca estaba aguardando lasuerte cpie se le deparaba en lo interior de una torrecilla algo distantede las principales alas del edificio. Allí la habían conducid,dos de sus enmascarados raptores, y al entrar en la pieza, se hall'con una vieja sibila quo cantaba una antigua trova sajona, llevandoel compás á los giros que daba su uso por el suelo. Alzó la vistala vieja cuando oyó el ruido , y la fijó en la judía con aquella raa -ligua envidia que escita siempre en la decrepitud y en la fealdad,sobre todo cuando se le agrega una perversa condición , el aspeetrde la juventud y de la hermosura.«Marcha de aquí, bruja, dijo uno de los enmascaradosmanda. Deja tu puesto á quién vale mas que tú.VA ame ;•— Ah '. respondió la vieja, ¡cómo se pagan mis servicios ! Acuerdómede cuando una sola palabra do mi boca bastaba para echar fesuelo al ginete mas intrépido, y ahora estoy á disposición del masruin de los lacayos!— Señora Ilrfrieda, dijo otro de ¡os desconocidos , no perdáis e!tiempo en palabras, sino dejad libre el puesto. Lo rpie manda el am •se obedece sin chistar. Pasaron tus tiempos, amiga, y hace ya 'argosaños que se puso el sol en tu horizonte. Eres como el caballo,que fué bueno en su tiempo, y ahora pasta como un asno ruin ¡ayerba del prado. Anduviste y corriste como la mejor , pero ya cojeas.¡ Vamos á fuera, cojeando ó cómo puedas!— ¡ Malditos perros! esclamó la tal, sea vuestro sepulcro una pe-

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