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CAPÍTULO VI). 65hubiera podido ser grande y generoso siei vicio no le hubiera despojadode sus prendas mas nobles y apreciables.A este sugeto se dirigió principalmente el imperioso mandato deJuan, que so hiciese puesto al hebreo Isaac, y á su hija Rebeca,Athelstaue, confuso al oir aquellas palabras, que según los usos ycostumbres del tiempo debían tomarse como un terrible insulto, dispuesto¡i no obedecer, y sin embargo incapaz de resistir, opuso tansolo á la voluntad del Príncipe la fuerza de inercia, tan análoga áÜU carácter. Mantúvose inmóvil, y fijó sus grandes ojos en elPríncipe con un espanto que no dejó de parecer ridículo. Pero Juanno lo consideró así.a El marrano sajón, dijo, duerme ó no hace caso de mí. Púnzalocon la lanza, Bracy.» Este Bracy era uno de los ginetes que ibanal lado del príncipe y capitán de una compañía de aventureros,ó como se llamaban entonces, compañeros libres, gente sin casa nihogar, que servían á todos los que les pagaban. Los que acompañabaná Juan murmuraron contra esta imprudencia, pero Bracy, áquien su profesión absolvía de toda clase de escrúpulo, alzó lalanza sobre el espacio que mediaba éntrela galería y-el palenque,v hubiera ejecutado la orden del Príncipe antes que Aíhelstane elDesapercibido hubiera tenido bastante presenciado ánimo para ©visarlo,si en aquel instante Cedric el •Sajón, que era tan violento comosu amigo era desidioso, no hubiera desenvainado la espada con laprontitud del rayo, y de un solo golpe separado el hierro del hasta.Inflamóse do cólera el rostro del príncipe: echó dos ó tres juramentosde los mas horribles que solia usar, y hubiera pasado mas adelantesu enojo, á no haberle distraído de su propósito, por un lado susmismos cortesanos, aconsejándole cpie se moderase y contuviese, ypor otro la general aclamación que escitó en la muchedumbre la"•allardn acción de Cedric. El príncipe paseó sus iracundas miradaspor todas partes, como si buscase víctimas á su furor, y se detuvieronacaso en el hombre do las doce flechas, de que ya hemos hechomención, el cual persistía en sus aplausos, sin hacer caso del gesto-aondo de Juan. ¿ Qué significan esos gritos ? le preguntó el príncipe.-oro.—No hay buen cazador, dijo el montero, .sao no celebr: un buen—Apuesto, respondió Juan, que eres un Uxe;: tirador,—A cualquiera, distancia,» dijo el desceño:.do,

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