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118 1VANH0E.ai) podian tener lugar ; que, sin embargo, no pudiendo consentiren que se retirasen tantos honrados pecheros y paisanos sin hacerprueba de su destreza y tino, les invitaba á disputar desde luego elpremio que hubiera sido adjudicado el dia siguiente; por último,¡rué este premio se compouia de un cuerno de caza guarnecido doplata, y un collar de seda bordado, con la medalla de san Huberto,patrón de la montería.Mas de treinta personas se presentaron inmediatamente comocompetidores ; entre ellas habia algunos monteros y guardas deios bosques y parques reales. Mas cudrido los tiradores supieron¿on quien iban á rivalizar, se retiraron mas de veinte , que no seatrevían á esponerse á la vergüenza de un vencimiento casi seguro.Porque en aquellos dias,la destreza de cada uno de los tiradoresacreditados era tan famosa y conocida muchas millas á la redonda,como en el dia los nombres de los caballos que se inmortalizanlas carreras de Newmarket.La reducida lista de combatientes en aquella selvática justa , nopasaba de ocho. El príncipe Juan bajó del solio , para examinar decerta sus personas , y vio entre ellos algunos vestidos con la libreade la casa Real. Satisfecha esta curiosidad, buscó al objeto desu encono, el cual no se habia apartado de su sitio, donde se manteníatan impávido como acostumbraba.«Camarada, dijo el Príncipe, desde luego he conocido en tu insolentecharla que no eres verdadero aficionado al arco; y ahora veoque no te atreves á colocarte entre estos hombres honrados quevan á lucir su tino.—Con vuestro perdón, dijo el campesino, tengo otra razónno tirar, además del recelo de no salir airoso.para—¿Y cuál es esa otra razón ? preguntó el príncipe Juan que sinsaber porqué le miraba con afanosa curiosidad.—La razón es, dijo el rústico, porque no sé si esos hombres y yousamos del mismo tiro y á la misma distancia: fuera de que, tampocosé si Y. A. se resolverá á dar el tercer premio del torneo áquien involuntariamente ha incurrido en su desagrado.—¿Cómo te llamas? dijo el Príncipe poniéndose de mil colores.—Locksley, respondió el pechero.—Pues Locksley, dijo el Príncipe, habrás de tirar cuando estosjiros hayan concluido. Si ganas el premio, cuenta con treinta monedasmas; pero si lo pierdes, serás despojado de tus ropas, y azota-

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