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CAPÍTULO XXX. 255-~A las murallas, gritó elTemplarío; y los dos caudillos se present.uouinmediatamente en las almenas, para disponer todo cuanto¡•odian dictar la destreza.mili'ar y el valor en defensa ele la plaza..No tardaron en conocer que el punto mas peligroso era eiopuesto á la barbacana, do que so habían apoderado los sitiadores.Es cierto C[ue el foso (pie mediaba entre ella y el castillo era ungran osbiá'-ulo que im podia vencerse con facilidad, y de otro modoora imposible atas .ir ia puerca principa!; pero Bracy y el Templa-,rio tucron parecer que los sitiadores podían llamar la atencióndo la guarnición hacia .aquella parte, por medio de un ataque viólenloy repentino, \ ai mismo tiempo aprovecharse de cualquier otropunto descuidado, ''ara. frustrar este plan, solo les quedaba el recur"-" d.- coloca r cent i radas en todo el recinto de la plaza, que pudierancomunicar cutre sí, y dar el grito de alarma en caso necesario. Tambiénse dispuso que Bracy tornase el mando do la puerta, y que elTemplario se colocaría, á el, ría distancia, con un cuerpo de veintehombres, á .io de acudir en todo caso ú los otros puntos amenazado..-.1.a pérdida do la barbacana tenia también el grande inconveniente,deque, a, p -sar do la considerable altura do la muralla, lossitiados no podían observar tan completamente como antes las operacionesy movimientos del enemigo, porque la maleza del bosque'legaba i ¡asta la obra esícrior, y do este modo podían introducirseen elias nuevas fuerzas, no solo al abrigo, pero sin noticia de laguarnición, inciertos por tanto del punto en que reventaría la borrasca,de Bracy y su compañero debían estar prevenidos para hacerrostro en todo el circuito do los muros; pero los escuderos y soldadosempezaban .-i desmayar, viéndose cercados por todas partespor enemigos furiosos qr. 3 podían escoger ú sus anchas el punto yla hora del ata.ip.KeEntre tanto, el dueño del castillo y acia en cama, atormentadopor ¡os dolores que io ocasionaban sus heridas, y por la angustia ydespecho que mas y mas las irritaban. Ni siquiera tenia el recursocpi.e aletarga el alma, sin tranquilizarla, como el opio calma losdolores sin detener los progresos de la enfermedad; pero que á lomenos era preferible á ¡as horrorosas agonías déla desesperación3 de la rabia. La avaricia era el vicio dominante de Erente-de-buey;y lejos de dar limosna á los establecimientos piadosos, había muchasveces arrostrado la indignación de los eclesiásticos, y usurpadosus haciendas y caudales. Mas era llegado el momento en

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