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CAPÍTULO xxxiv.29ano por esto se escaparán vuestros pescuezos del nacha del verdugo.¿Piensas tú Waldemar, que el Arzobizpo estorbará que te arranquende su lado, si llega á hacer la paz con Ricardo? ¿Y qué estástú hablando de embarcarte, Mauricio? ¿ por dónde te dirigirás alamar que no encuentres á Roberto Estoteville con todas sus fuerzas, yquizás al conde de Essex que está recogiendo las suyas? Si nos hacíansombra estos armamentos antes de la llegada de Ricardo, ¿quéserá cuando se sepa, que este ha pisado las playas de Inglaterra?Sstoteville con los suyos I >asta para echarte á tí y á todos tus lancerosde cabeza en el rio Humber.» Waldemar,y de Bracy se miraronuno á otro, con no poco sobresalto al oir tan fatales nuevas.(¿•Queréis que os diga francamente lo que pienso, continuó el Príncipe,arrugando el entreoyó, como si no osara confesar el atroz designioque ocultaba en su corazón. Este objeto de nuesto terror viajasolo: es necesario salirle al encuentro.—No seré yo, dijo el normando, quien toque á una pluma de su cimera.Fui su cautivo,me entregué á discreción, y él me dio libertad.--¿Quién habla de hacerle daño? dijo el príncipe, con violentasonrisa. Capaz eres de creer que voy á mandarlo asesinar. No: uncastillo... esta será su habitación. En Inglaterra ó en Austria ¿quéimporta? has cosas quedarán como estaban al principio de nuestraempresa: entonces se trató como condición indispensable que Ricardoquedaría prisionero en manos del Archiduque. ¿Qué tiene esode estrado? Mi tio Roberto vivió y murió en el castillo de CarditVe.Sí, dijo Waldemar; pero su hermano Enrique se sentó en un trouomas sólido que puede serlo el vuestro. No hay mejor prisión queia que hace el enterrador, ni mejor castillo que la bóveda de la parroquia.Esta es mi opinión.—Prisión ó sepulcro, dijo de Bracy, yo me lavo ¡as manos y nome meto en esas honduras.—Villano, dijo el Príncipe, ¿vas á vendernos?—Yo no vendo anadie, dijo Mauricio, ni sufro que se junte elnombre de villano con el mió.—Silencio, de Bracy, dijo Fitzurse, y vos, señor, no estrañeis losescrúpulos de un valiente caballero. Creo que no tardaré, en disiparlos.—No alcanza á tanto tu elocuencia, dijo el Normando.—Sir Mauricio, continuó el astuto cortesano; no os asustéis comovenado perseguido sin conocer el objeto de vuestro terror. ¿No de-

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