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CAPÍTULO XI.Vi*—¿Y tú como te llamas? preguntó el ladrón.—Toma! repuso Gurth. Eso seria decir como se llama mi señor—Bien sabes la aguja de marear, dijo el preguntón. ¿ Y cómo haadquirido el caballero esta suma? ¿ La ha heredado, ó por qué mediosha venido á sus manos ?—Por la fuerza de su lanza, dijo Gurth. Este dinero es del rescatede los cuatro caballos, y de las cuatro armaduras de los caballerosvencidos.—¿Cuantos cequines hay aquí dentro?—Doscientos justos.—¡"No mas que doscientos 1 esclamó el bandolero. Liberabnentese ha portado tu amo con los mantenedores puesto que contan gran friolera se ha contentado. ¿Quiénes son los caballeros quflhan pagado?»Gurth los nombró.«¡ Ah bribón! ¿Piensas que me has de engañar? ¿Dónde esta elrescate del caballo y de la armadura del caballero templario Briande Bois-Guilbcrt?—Mi amo, respondió Gurth, no quiere nada del Templario, salvola sangre de sus venas. Los dos están desafiados á muerte, y núpuede haber entre ellos cortesía.—¿De veras? dijo el ladrón; y después de haber guardado silencioai gun rato, ¿qué ibas á hacer al pueblo, continuó, con todo esedinero en la bolsa?—Luí, respondió Gurth, á pagar al judío Isaac de Yorck el preciode la armadura que ha prestado á mi amo para el torneo.—¿Y cuánto lo has pagado?—Pagué á Isaac ochenta cequines, y él me ha dado en cambiociento.—Vaya, vaya, esclamaron todos los de la gavilla al mismo tiempo.Este quiere divertirse á costa nuestra: ¡qué mentira!—Lo que os digo, repuso Gurth, es tan verdad como nos alumbraahora la luna. I .os cien zequines que me devolvió el judío, están, enuna bolsa de seda, aparte de la otra suma.—¡Hombre de Dios! dijo el capitán. Considera que estás hablandoele un judío, de un israelita, tan incapaz de restituir el oro que entraen sus uñas, como el desierto de arrojar la copa de agua que elperegrino vierte sobre sus arenas.—No hay mas piedad en su corazón, dijo otro de los salteadores,

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